29.9.12

Llovía, aquella mañana también llovía (I)


Llueve. Uno de esos días de otoño en los que lamento no estar en la mi tierra, paseando a la sombra de las nogales. Llueve. Y sobre mi mesa hay papeles viejos. En días como hoy, si estuviera asomado a la ventana de mi habitación, me sentiría como aquel nieto de los Villanueva aragoneses, recluido en su torre, dedicado al placer de leer y meditar. Lejos del ruido. Lejos de las pasiones que oscurecen mi alma.

Llueve, y me abandono al placer de sumergirme entre legajos que me acercan a otras vidas. Uno también necesita evasiones de vez en cuando. Llueve. Los papeles, melancólicos, me llevan lejos en el tiempo. Muy lejos. En mi tierra no había nada, sólo frontera. Estamos a principios del siglo XVI. Mire donde mire, sólo veo judíos, recién llegados algunos, viejos amigos otros, escondidos todos...

Llueve. Los papeles me hablan de un pleito. Viejo. María Pacheco y su hija doña Beatriz litigan con el poderoso Conde Alonso Pimentel, hijo de María y hermano de Beatriz. Herencias. Sus riñas son antiguas como el mundo. El cielo estaba gris, como hoy.

María era una Pacheco. Nada menos. Hija del poderoso marqués de Villena. Grandes en Castilla. La habían casado con Rodrigo Alonso Pimentel, primer Duque y IV Conde de Benavente en 1466. Un buen matrimonio. El marido había muerto en 1499. Los papeles del pleito me hablan. La Pacheco asegura que después de la boda “ganaron y adquirieron, mejoraron e multiplicaron entre ellos ciertos vasallos en Sanabria y  asimismo labraron la fortaleza de Sanabria y cercaron la villa”.

Llueve. La lluvia se huele desde el pergamino. Su hijo el Conde Alonso se defiende. Aquellos vasallos no los ganaron sus padres; si llegaron a ser propiedad de los Benavente fue “por mercede que de ellos le hizo la católica reina doña Ysabel, porque estos vasallos fueron confiscados a su Real Corona, por crimen y delito de trayción, crimen Lesa Maiestatis, cometido por Diego de Losada”.

Levanto la vista y me parece estar viéndolos; aquellos Losada, aquel Diego…


PD: en recuerdo del padre del mi Maestro Lauru, que debió de llegar a la nuestra tierra con los suyos por aquellas fechas y cuyo hijo sabe, como yo, que las personas, cuando mueren, van al corazón de aquellos que los recuerdan...

1 comentario:

Juan de la Cuesta. dijo...

Hermanu, gracias de corazón... Yen estos momentos casi nada o poco importa de dónde venimos (aunque lo sepamos; lo verdaderamente importante es saber que somos "barro", y que los nuestros se van tan desnudos como llegaron...eso sí,después de sudar, luchar y batallar por nosotros y un país que dudo que se lo merezca, y no me refiero al común, sino a los políticos que no representan a nadie... El dolor no tiene fronteras, pero tampoco la rabia...