22.9.12

Nere Etorrera lur maitera


Miro en derredor mío. Aquí se levantó un Monasterio. Poderoso. Un monasterio punta cima del lago-mar. Un monasterio de frontera, minado por los Reyes. Aquí llegaron hombres poderosos. No sólo el abad Martín, huido de Córdoba. También Pedro Cristiano. No queda ya nada. Nada de nada. Hoy hay mesas. Nos celebramos y nos (re)conocemos. Estamos en la Sanabria, la tierra más occidental de la provincia de Zamora. La tierra más periférica. Quizá la más pobre.
Miro en derredor mío. Cómo hemos cambiado. Y para bien. Hace casi ochenta años, con mi padre ya nacido, a SanMartín venían los misioneros laicos enseñando higiene a las madres para que no murieran en el parto. No había caminos. Ni coches. Había frío. Hambre. Y mierda.
Pero sobre todo, lo que no había es futuro. Los sanabreses nacían y morían al ritmo de la cosecha, sin pasar nunca de la Puebla al este o de las portillas hacia el oeste. El que llegaba hasta Vigo, normalmente, era para embarcar a las Américas.
Miro en derredor mío. Mis compañeros de mesa. Predominan ya los zamoranos de Madrid, por encima de los zamoranos en Madrid. Profesionales de éxito. Buenos trabajadores. Gente construida con esfuerzo.
Un relato poderoso, el del esfuerzo. El de ganar el pan con el sudor de la frente.  El de ser una persona de provecho. Un relato, Zapatero es la metáfora, que los españoles hemos ido perdiendo con los años.

Cae la tarde. La poderosa tarde del septiembre senabrés. Y recuerdo de nuevo, siempre me pasa en estos lugares y por estas fechas, los versos del bardo de Villareal: ¡Ara España!¡Lur oberican / ez du Europa guziac!, escribió mientras veía la frontera desde Hendaya. Y tenía razón: “«¡Ahí está España! ¡Tierra mejor / no la hay en Europa entera!». 

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