Hace
años dejé de leer las novelas de Arturo Pérez Reverte.Creo que me bajé en La Piel del
Tambor. Aquello iba de más a menos. Tras aquel magnífico Husar, el emocionante
territorio
comanche, o la entretenida tabla de
Flandes, siempre me dio la sensación de que no sabía cerrar sus relatos. Un
buen escritor con finales flojos. Esa sensación, tantas veces comentada con LoveField,
de que parecía que al autor lo llamaban una tarde y le decía: “oye que
necesitamos para mañana el libro” y ahí estaba él, acabándola de cualquier
manera. De mala manera. Así que me acabé quedando con sus obras menores. Casi todas
históricas. Casi todas magníficas. Desde aquel relato del desencanto que es la sombra del
águila, hasta las vidas del capitán Alatriste,
pasando por el cabo
trafalgar o el dos de mayo. Pero
le perdí, ya digo, la pista como novelista mayor…
A él
no lo he abandonado porque me parece un personaje. Interesante. Un perfil
quevediano en tiempos de esta estúpida y correcta postmodernidad. Aprecio su
rabia, aunque yo estoy lejos de esa visión esencialista de la historia de España
en la que todo termina siempre mal. Pero respeto mucho su cultura. Una persona
leída y brillante siempre es una buena referencia para discrepar…
En
esas andaba, digo, cuando el amigo Batera me regaló, encareciéndome que lo
leyera, su última obra: el tango de la guardia vieja...
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