Hay mucho analfabeto en historia. También en lo que se refiere a la historia de España. Ahí tenemos nuestro XIX, por ejemplo. Un siglo básico para entender lo que somos. Y lo que fuimos. Las dos familias liberales, la progresista y la moderada estuvieron a la greña durante un largo periodo que empieza, podríamos decir, en 1820, quizá en 1812 y que llega al menos hasta 1875. Más de sesenta años. Cuatro generaciones, en términos de Ortega. Aquel triángulo del que nos hablaba Arranz en clase, ¿recuerdas Hornuez? compuesto por la Corona, los Militares y los Partidos. Cuando dos de los tres se aliaban, el otro podía darse por jodido. Y la idea, tan de la época, de que los hunos gobernaban contra los hotros. Así, cuando uno ganaba hacía una constitución y una ley electoral a su gusto.
Aquello se superó en 1875. Esa España de la que tanto se ha reído la élite cultural española durante los últimos años. Esa España que fue injustamente desprestigiada por las bestias que nos llevaron a una guerra civil fue una España de concordia. De consenso. De integrar al otro. De saber que las reglas del juego o son pactadas o no son reglas del juego.
Viene esto a cuento del intento del Partido Popular de Castilla-La Mancha de cambiar las reglas del juego sin el acuerdo de la oposición, en este caso el Partido Socialista. Y a mí eso sí que me parece un motivo serio para que la oposición abandone las Cortes, las Generales y las Regionales, y no vuelvan hasta que esa norma se retire.
Los cambios de las reglas de juego son, en los Estados liberales, aunque sean sociales y democráticos, más importantes que los cambios sobre la materia objeto de juego. Y no haber entendido eso es no haber entendido nada, señora presidenta de Castilla La Mancha
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