19.10.21

Esto iba de patrias, no de naciones

Nos ha contaminado tanto el nacionalismo debate público a los españoles desde hace más de cuarenta años que hemos acabado perdiendo los matices cuando nos acercamos a lo identitario. Este pasado verano un par de personas se referían en una conversación a la gente que desde la distancia sigue ligada de manera emocional al mundo rural del que proceden como “nacionalista”, ya sean sanabreses, zamoranos o de dónde sea. Es curioso porque yo, que pertenezco a un perfil generacional de personas que están en el gozne entre unos padres nacidos en el pueblo y unos hijos ya plenamente urbanos, nunca me he sentido así, ni me he sentido cómodo con ese tipo de etiquetas. Quizá por puntilloso, o por haberme especializado en el tema en mis años universitarios, siempre me ha parecido claro que ser patriota puede acabar no teniendo nada que ver con ser nacionalista. Como quizá hubiera escrito Joseba Arregi, un vasco bueno fallecido hace pocas semanas, un patriota es un ciudadano amante de su tierra, en la mejor tradición clásica de considerar el patriotismo como una virtud cívica. Una virtud vinculada a la participación en la vida pública y en el respeto a las normas compartidas.

A poco que se analice con atención, todo esto tiene poco que ver con el nacionalismo trabucaire con el que de manera fatigosa convivimos los ciudadanos españoles desde hace décadas, y las diferencias son tan claras que causa un poco de pereza enumerarlas: un nacionalista no tiene ninguna virtud cívica en la cabeza cuando piensa en su relación con su tierra; se siente diferente al resto, y se siente diferente porque se siente superior, claro; nadie se considera diferente por ser inferior. Para alguien que busca lo mejor para su tierra sin ser nacionalista, la patria no tiene ninguna diferencia esencial con la de sus vecinos: no hay ninguna comunidad de muertos a la que escuchar ni nada esencial que descubrir o recuperar en el baile, la lengua o el vestido. No hay deudas que pagar. No hay destino que cumplir. 

Lo expresa muy bien unos versos de la poeta zamorana Maribel Andrés Llamero “Esto es Castilla, / nunca fue la mejor, sólo la nuestra. / Esto es Castilla, lo que somos”.

Pues eso 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me quedo con el poema: «nunca fue la mejor, sólo la nuestra».

Y es que no hay razones para amar un terruño, o mejor, se le ama porque es el mío. Es desinteresado, como el amor a una madre: no es la mejor, pero es la MÍA.

Y como es amor gratuito genera vínculos y obligaciones (ob-ligare), entre otros con los muertos. "La tradición rehúsa someterse a esa pequeña y arrogante oligarquía de aquellos que, casualmente, andan por ahí".