Cena en el chef. Comida cristiana en un barrio cristiano. Los libaneses cristianos imaginan que descienden de los fenicios. La imaginación como aliada de la identidad, una vez más. A la mañana siguiente, de vuelta a España, vía París. En el aeropuerto, vuelven a buscarme un sello israelí en el Pasaporte. El policía, amable, me pregunta por el motivo de mi estancia en Líbano. Me pregunta si he ido a Israel y luego se despide en castellano. Me siento junto a unos turcos. El papel de Turquía en la región es quizá lo más novedoso de los últimos años. Los islamistas moderados de Erdogan quieren volver a jugar un papel importante en lo que fue el viejo Imperio Otomano. Supongo que es inevitable, pero supongo, también, que se equivocan: el futuro de Turquía está más cerca de Attatürk que de los Pachás. Su papel ha de jugarse en Europa, no en Siria. La tentación de jugar a ser el amo de la zona, a desplazar a Siria, a erigirse en líder musulmán es demasiado potente. Siria. Una dictadura laica. Un vecino cómodo para Israel durante estos años. Los hombres que pusieron paz a sangre y fuego en el Líbano cuando acabó la guerra. Veremos a ver lo que nos depara el futuro.
El avión despega. Mi compañera de asiento es una mujer libanesa, de la edad de mi madre, que va a Escocia a ver a su hija, casada allí. Es un país hermoso, me dice mirando por la ventanilla mientras nos alejamos de Beirut. Sonrío, abro el libro y empiezo a leer…
Ps: Este mito interesado [el de la agresión cruzado-sionista contra el mundo árabe] guardaba ecos de la aún más extendida premisa de la pureza moral de los oprimidos, una fuente de violencia fanática desde tiempos inmemoriales en toda una variedad de culturas y tradiciones, espirituales y seculares.
Burleigh, Michael: Sangre y Rabia. Una historia cultural de terrorismo. Madrid, Taurus, 2008. Pág. 447.
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