13.10.11

El sábado, de camino al valle de la Bekaá

Amanece Beirut. Amanece pronto, entre la luz y el ruido de los coches. Estamos en Rmeil. Cerca de la sede de Kataeb. Un barrio cristiano, donde se aloja gran parte de la colonia española. El país se nos hace extraño a los occidentales porque nosotros perdimos, con la caída de los Habsburgo, la oportunidad de ver países hechos por encima de las identidades nacionales. Democracia consociacional nos enseñaban en la carrera. Democracia de ovejas, en realidad. El jefe de Estado ha de ser un cristiano maronita, el presidente del parlamento un chíiita y el jefe de gobierno un sunita. Igual que cuando se fue Montilla y Zapatero dijo que en Industria iba a ir “un catalán”. Qué más da cómo sean. No hay partidos que atraviesen las confesiones: se supone que los cristianos votan cristiano, los sunitas votan suní y los chiitas votan chií. El problema es que la situación demográfica ha ido cambiando: los maronitas preparados emigran, y los chiitas crecen. Así que los cristianos hace mucho que son ya menos de la mitad del país. Y su futuro aquí es oscuro.

Abandonamos el apartamento. Apenas hay nombres de calles puestas, la gente se guía por barrios y por edificios emblemáticos. El tráfico es caótico, como uno lo imagina en las ciudades de Asia. Tomamos el coche de alquiler y nos dirigimos hacia el este. Beirut está encajonada en una península entre el mar y el Monte Líbano. Según abandonamos la ciudad vamos viendo el Mediterráneo en perspectiva y los centenares de casas desparramadas por la montaña. El atasco es épico: “todo el mundo en Beirut tiene una casa por aquí y se va los sábados por la mañana”, me comenta Mim mientras vamos dejando atrás la ciudad. La carretera está toda en obras. “Este puente que están terminando lo vuela siempre Israel cada vez que ataca el país”, me señala Maic mientras conduce. En breve llegamos al alto que separa esta parte del país del valle de la Bekaá. Otro sitio de resonancias míticas. El granero de Roma. La huerta del próximo oriente. Y desde hace unos años, un campo de cultivo de droga dominado por Hizbulá, que tiene aquí uno de sus feudos. El viaje es largo, a medias por las obras y a medias por los constantes controles del ejército libanés. La frontera siria queda cerca y las fronteras en esta parte del mundo son lugares complicados. Atravesamos varios pueblos, muchos de ellos con iglesias cristianas. La mezcla como realidad. Impacta ver una cruz con letras árabes. Pero es que los antepasados de las personas que se imaginan a sí mismas cristianas estaban aquí mucho antes de los antepasados de las personas que se imaginan a sí mismas musulmanas. Para el Islam, Jesucristo era un profeta y un hombre santo; para los cristianos del siglo VII, el islam era una herejía del cristianismo que había ayudado a poner fin a la idolatría en Arabia. Qué cosas.

Por fin, llegamos a nuestro destino. La Imperial Heliópolis. Pocas cosas impactan más en un país que ya es de por sí un impacto constante. Más allá, el Antilíbano y detrás ya Siria…

No hay comentarios: