9.12.11

Cine de años buenos...

Algo de cine. Estuve viendo, solo, Un buen año. A esa hora daban por la tele Family man, debía de ser una premonición. ¿Qué es lo que nos importa en la vida? ¿Qué nos quita el sueño? La respuesta en forma de fábula convertida en comedia romántica: un triunfador que vive en la oficina, un tipo que en realidad no tiene donde ir, va recuperando su pasado a través de un viaje. Un viaje a su infancia. Pero también a los pequeños placeres de la vida; una copa de vino, una terraza, las tardes, el ocre de las vides cuando maduran... Recuperar los sonidos de la niñez, los olores de cuando no le tenemos miedo a nada porque la vida no nos ha dejado cicatrices. Y descubrir, sin querer verlo, que uno encuentra su lugar cuando llega a un sitio y descubre que ya no puede irse. Aunque a veces ese lugar sea inesperado, aunque uno lo tenga todo en contra. Aunque deba tomar decisiones difíciles para darse cuenta: entender el sentido de la frase de una pintada de hace muchos años en Somosaguas, esa que decía que cuando uno no vive como piensa, termina preguntándose cómo vive. Recuperar a esas personas que, como el tío del protagonista, nos enseñaron a vivir. No vender aquella casa en la que uno fue feliz cerca de los suyos; no tener que enfrentarse a ese momento, cuando todo haya terminado...
Acababa la peli, que acaba bien, claro, porque para eso es cine, y pensaba mientras apagaba el deuvedé en aquella legendaria frase de Faulkner: Dios hace cosas disparatadas a veces, pero por lo menos es un caballero.
Qué cosas.

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