1.12.11

Un anciano que se va, una biblioteca que arde...

Murió Julio Monterrubio. Tío Julio. Su historia, como la de tantos otros que un día salieron de su tierra, es la historia de nuestro siglo XX. Yo también descubrí un día, de niño, que mis padres habían sido emigrantes: a Suiza, al País Vasco y finalmente a Madrid. Las vidas de otros son un espejo en el que mirarnos y descubrir lo que fuimos, lo que somos y también lo que seremos. Los de Julio fueron unos padres sanabreses. Pobres. Que tuvieron que emigrar. Él quizá por evitar la mili. Ella no lo sabré ya nunca: tenía dos hermanas y las dos quedaron aquí. Se conocieron allí, lejos de casa. Se buscaron porque su origen era común. De Riego a Cervantes no ha de haber ni diez quilómetros. Se casaron. Ella era una mujer de iglesia, como tantas sanabresas de la época. Tuvieron un hijo, al que llamaron Julio. En 1929, cuando hacía de veinte años que se habían ido, volvieron durante un verano. Un verano largo. Casi cuatro meses. A ver a los padres. A demostrarles que les iba bien, mejor que si se hubieran quedado a pasar frío. Llegaron en barco al sur, subieron hasta Madrid y de allí fueron a la Sanabria. Fue emocionante. Julio, que contaba apenas catorce años, conoció aquellos meses la tierra de sus padres; conoció a todos sus primos, a sus abuelos, conoció la tierra que había dejado atrás. Nunca la olvidó, pese a que nunca volvió a ella. Su hija, sus nietos y sus bisnietos crecieron sabiendo qué era Sanabria, dónde estaba y qué significaba. Todos ellos. A él, durante años, lo consumió la nostalgia por la tierra que nunca volvió a pisar. Retomó el contacto, ya mayor, con su familia española. Es lo que tienen las redes: las personas se van, pero los contactos permanecen. Y vio en fotos qué había sido de su pueblo, y de la casa de sus tíos. Un día, desempolvó una memoria. Un relato de un viaje que aquel niño que fue escribió con apenas quince años. El azar y su familia española permitió que fuera publicado gracias a ese fantástico trabajo que la gente de la UNED de Zamora, con el capitán Juan Andrés Blanco al frente, está llevando a cabo para poder documentar la memoria de la emigración. El editor del texto, un politólogo con el que me une una antigua amistad, me lo enseñó cuando estaba ya publicado. Y me contó que cuando tío Julio recibió el libro, se emocionó y lloró. Era también otra forma de despedirse, sabiendo ya cercano el final, con sus noventa y muchos años. Su viaje quedaba escrito. Y es la escritura lo que nos diferencia del resto de seres y objetos de la creación, porque lo escrito permanece, más allá de lo que fuimos. Más allá de nuestro olvido.

Que la tierra te sea leve, y descansa en paz, allá donde estés ahora.

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