17.2.12

Algo de vanidad...

Algo de vanidad. Se nos va el rato charlando con las personas que han puesto en pie y mantienen la Asociación Cultural. Compartimos quejas y lloros. En cada pueblo hay cuatro o cinco personas, no más, que se preocupan de lo común. Nos reconocemos en cuanto nos vemos, como en un relato de Borges. El resto piensa que las cosas se hacen solas. La tragedia de lo común. Uno de ellos, un Barrios de Santiago, me dice “yo a ti te conozco”, “coño, eres de los que organizabais hace diez años los veranos culturales en Sanabria, con las conferencias, las exposiciones...” Me ruborizo. Alguien se acuerda. Alguien acudió. Dejamos de hacerlo porque sólo íbamos nosotros, le confieso. Hicimos cosas, claro que las hicimos: descubrimos el Fuerte de San Carlos. Contamos la guerra contra los portugueses en el XVII, recordamos la guerra contra el francés en el XIX. Hasta hablamos de futuro y todo; claro, éramos jóvenes, era agosto y estábamos en casa. Casi me disculpo por aquello: “era algo diferente, era una forma de sacarle partido al verano, más allá del lago...” me dice mientras apuramos una cerveza. Lo hacíamos y casi lo hacíamos a la contra. La gente nos criticaba, el palillo en la boca, los cacahuetes en la barra, junto al botellín de cerveza: dónde irán estos listos. Fue por entonces que me di cuenta que vivía en un país en el que el adjetivo listo tiene una connotación negativa. Cuando comprendí que libresco, aunque no lo diga la Academia, tiene una acepción despectiva. La vida se aprende en la barra de los bares, no detrás de los libros. Esa es la cultura popular en nuestro país.

Cuando, además, llegaron los problemas personales, la Asociación desapareció. Pero es hermoso mirar atrás y recordar. Como es hermoso escuchar que alguien te lo agradezca. Esa frase de Sócrates, el futbolista al que vi patinar en casa de mi abuelo, en aquellos Mundiales: “no jugamos para ganar, jugamos para que nos recuerden.

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