Acabé
la cuarta de The
Wire. No es una serie más. Claro que no lo es. Es,
entre otras cosas, una radiografía de la complejidad del mundo moderno. De la
oscuridad que a uno lo asalta cuando intenta entender las lógicas urbanas en el
siglo XXI. Esta temporada, la cuarta,
es especialmente brillante, porque se acerca a un tema que uno no imaginaría en
una serie policiaca: la escuela. Varios amigos, compañeros de instituto, y su
relación durante el curso. De fondo, una voz que, como en un tragedia griega, nos
susurra al oído que todos están condenados. La lucha por sacar a los chicos de
la calle, la relación entre padres e hijos, con el tráfico de droga asomándose
por la esquina, un tráfico que todo lo ve, que todo lo mueve. La necesidad de
ganarse el respeto de los demás cuando uno es adolescente. Pero también la
necesidad de comer cuando la madre es drogadicta y nunca hubo padre. La
necesidad de lavarse; de no perder la dignidad que nos hace humanos. La
necesidad, en fin, de sobrevivir donde todo lo demás ha fracasado.
Una
serie fascinante. Y con ganas de empezar ya la quinta temporada.
PD:
Murió Bradbury, el hombre
que nos enseñó lo que nos espera en un mundo sin libros. El
hombre que narró con melancolía el final
de una civilización. Que la tierra te sea leve.
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