Acabé,
de mala manera, La
frontera sefardí, de Jonathan Ray,
una tesis doctoral centrada en analizar la vida de los individuos y las
comunidades judías a lo largo del
XIII, cuando la frontera cristiana se expande de manera imparable hacia el
sur de la península. Lo más relevante
del libro es la impugnación de la tesis comunitarista: los judíos no se
movieron siempre “en comunidad” ni estaban sometidos de manera inequívoca a la
voluntad de la aljama.
No. Siempre hubo individuos. Y más aún en un territorio y en una época de
frontera. Las tesis comunitaristas son sueños infantiles, deseosos de encuadrar
a las personas en los esquemas mentales que usamos para explicarnos la
realidad. Pero cuando las acercas a los hechos, las teorías rara vez resisten
un análisis riguroso. Los judíos en la frontera eran colonos. Con sus lógicas y
sus cálculos: a veces, recurrían a la autoridad gentil cuando pensaban que eso
podía beneficiarlos. Negociaban con la Iglesia, y con quien hiciera falta.
Algunos vivían en la Corte, es cierto, pero los más lo hacían en el campo.
Y vivían con la lógica del pionero, al igual que el resto. De manera
legal, eran propiedad de la Corona. Sus bienes, también. Así se evitaba que
cayeran en manos de nobles o de la Iglesia. La relevante comunidad judía de Lisboa en
el XIII. Los
treinta dineros, que me persiguen
desde que logré unir a una familia poderosa con ellos, hace meses. Se buscaban
la vida. Se iban integrando, poco a poco, distintos pero iguales, en un mundo
en el que la lógica de la identidad no había ganado aún la partida. El mundo de
frontera siempre ha sido un mundo en el que ha sido fácil empezar de nuevo:
nadie hace preguntas al que llega. Nadie sabe nada del que se va.
Un
mundo de frontera, ideal para el asentamiento de lo que van buscando una nueva
vida. O una nueva oportunidad. Un mundo de frontera: la Andalucía del XII, la
Dakota del XIX. ¿La Sanabria
del XIV?
PS:
Judah
Ben Barzilay ha-Bargeloni escribió en aquellos días, en relación a
los judíos de Sefarad: “Algunos se
mezclan con gentiles, comen su pan, y se vuelven como ellos, de manera que no
hay diferencia entre ellos, excepto el nombre de “judíos”
2 comentarios:
Cuánta tinta, hermano... y para nada, aunque nos ofrezcan algunos destellos de reflexión y hasta de verdad. No se puede escribir sin sentimiento vital; no, por el placer de aparecer en los papeles, y así nos va. El "comunitarismo" es algo más, y existió porque yo lo "existecié" hasta su agonía. No era fácil, pero equivalía a "supervivencia", y gracias a él muchos andamos por aquí. Ojalá nunca lo olvidemos... lo demás es pura literatura, y mala, por cierto.
Claro que existió, pero no existió por encima de la identidad de cada una de las personas sobre las que se proyectó. Esa es la clave...
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