Una
de clásicos. Me puse, al fin, con las
sandalias del pescador. La había leído de joven, interno, en Peñafiel.
Aquellos años. Aquellos libros que me dejaba el hijo de Contemplación un
hombre, ya lo dije, de otra pasta. Una película hermosa, algo ajada ya por el
paso del tiempo, pero con la suficiente carga de dignidad como para permitir
una nueva visión, tantos años después. Está magnífico Quinn, en el papel del
Cardenal Lakota que se come toda la pantalla, como magnífico está Mi general de la rovere. La
intriga de la alta política del Vaticano y la descripción de los momentos
vinculados a un cónclave.
Hermosos años sesenta. Años de libertad, de crecimientos, de espacios abiertos.
Años para imaginar, la construcción de nuestra vida en clave cultural procede
de la literatura, a Max
Costa, caneado, y a Meche Insunza, hermosa en su plenitud, recordar los
años en los que, a oscuras, a escondidas, fueron felices. Aquella Italia, aquellos
años, los sesenta, donde su hizo realidad aquel deseo de Conrad con el que
Pérez Reverte abre el libro, cuando señala que “Y, sin embargo, una mujer
como usted y un hombre como yo no coinciden a menudo sobre la tierra”...
Qué cosas...
PS:
días decisivos.
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