8.1.09

La tragedia de Vega de Tera, cincuenta años después

Esta noche se cumplirán cincuenta años. Fue la típica construcción realizada en una dictadura: corrupción a mansalva, mano de obra semi esclava y nulas condiciones de seguridad. No era extraño, pues, que acabara como acabó. En la noche del ocho al nueve de enero de 1959 la presa de la Vega del Tera, mal construida y mal cimentada, reventó por las lluvias caídas y, bajando por el hermosísimo Cañón del Tera, se llevó por delante el pueblo de Ribadelago. Más de cien muertos. Tantos años después, se hizo real la leyenda que los monjes trajeron de Carucedo y que hablaba de un pueblo sumergido en el lago.

El agua llegó hasta el Mercado. Y si no hubiera sido por el lago, probablemente hubiera habido más muertos.

Luego, todo fue rasgarse las vestiduras. El dictador apadrinó el nuevo pueblo, sacado directamente del Plan Badajoz. Fino estadista, el caudillo. Llegó el dinero, para que la gente no protestara y nadie buscara la verdad. No había prensa libre para investigar, y muchos de los culpables (algunos no me quedaban muy lejos) se fueron de rositas. Y es que no todo el mundo se portó igual; hubo quien traficó con material y quien no lo hizo. Hubo, en fin, quien se quedó con parte de las indemnizaciones y quien no lo hizo.

Así es el ser humano.

Y así es el Estado. 

Fuerte con los débiles y débiles con los fuertes. Ahora y antes. Hay cosas que no cambian.

Durante esta semana, en la Sanabria se recuerda la catástrofe y se honrará a los muertos. El próximo trece de enero, en Documentos TV, se recodará lo sucedido

Descansen en paz, las víctimas.

 

PS: “Were it left to me to decide whether we should have a government without newspapers, or newspapers without a government, I should not hesitate a moment to prefer the latter”. Thomas Jefferson, 1787

 

1 comentario:

Rufica dijo...

Hola: Me hubiera gustado que hubieran publicado mi artículo en EL PAÍS, pero temo que ciertos asuntos resultan incómodos. Hoy día 9 ha aparecido en LA OPINIÓN DE ZAMORA. Te envío un saludo desde Aragón

RIBADELAGO, CINCUENTA AÑOS DE LA TRAGEDIA


En Julio de 2005 durante una vacación en tierras sanabresas, visité la presa rota de Ribadelago. Aquel recorrido por el cañón del río Tera fue un íntimo homenaje a las víctimas de la tragedia sufrida aquel 9 de enero de 1959 cuando las aguas recuperaron de un zarpazo la libertad que aquel muro les cercenaba y lo hicieron sin miramiento alguno, con la nocturnidad y alevosía de muchos grados bajo cero. Sí, el Tera sacó sus colmillos y los hincó sin piedad, como si vengara sobre los débiles el error de los poderosos.

Cincuenta años después de aquel suceso, la memoria fluvial tiene más episodios de dolor –pienso en Tous, y los lectores podrán aportar más ejemplos- y, lo que es peor, no se percibe una voluntad de verdadero cambio, de auténtico respeto a los valores de los ríos. Por el contrario, allí donde hay un caudal virgen, lejos de considerarlo bien en peligro de extinción, se pone en marcha el tinglado de las adaptaciones de leyes –pienso en Itoiz, e igualmente dejo espacio para las contribuciones de los lectores- y la clase política, sea cual sea su signo, varía más en las formas que en los fondos a la hora de abordar estas cuestiones.

Poco hemos aprendido. La naturaleza continúa siendo esa entelequia a la que siempre se puede dar otra vuelta más de tuerca y los mensajes del movimiento ecologista más comprometido siguen relegados a la marginalidad, mientras los grupos menos consecuentes con sus ideas se prestan a decorar de verde sostenibilidad entramados que bien podríamos situar en las antípodas de la ecología.

Hoy, la presa rota de Ribadelago, esa tremenda mordida en el paisaje del Tera, es testimonio de un dolor cuyos causantes, gracias a vericuetos de la justicia siempre blindados a las clases modestas, quedaron sin castigo. Hoy, los supervivientes de aquel Ribadelago arrasado, merecen por lo menos, el afecto del recuerdo y el respeto hacia sus familiares desaparecidos a los cuales sólo rinde homenaje una placa colocada no hace muchos años allí, en aquel Ribadelago llamado viejo desde aquel 9 de enero de 1959 para diferenciarlo del otro, del nuevo, un conglomerado blanco sin sensibilidad hacia la arquitectura de la zona, al que también se conoció –no podía ser de otro modo- como Ribadelago de Franco.



Victoria Trigo Bello
(Zaragoza)