Nos acercamos, mi idolatrada Rosa
y yo, a ver la Exposición que sobre Gyenes ha
organizado la Nacional. No tengo claro aún que la fotografía sea un arte. No
digo ni que sí ni que no. Digo que no lo tengo claro. Soy un español que duda,
por eso hay tantos que ponen en duda mi condición de español (ya saben, que El Perdidaco es de los que sueña con que lo recuerden como un español bueno más que como un buen
español o, llegado el caso, como un sanabrés bueno más que como un buen senabrés).
La exposición es menor. Algunos
retratos son sobresalientes (aquel en el Teatro, sobre un fondo negro…) y otros
forman parte de mi memoria (el de los Reyes, el sello del General Franco…), pero lo que me
fascina es la vida del tal Gyenes. Un húngaro (¿expulso?),
que acaba en España y que desarrolla su vida en la Gran Vía fotografiando durante
medio siglo al todo
Madrid de la época. Un húngaro meticuloso,
ordenado, que llevaba registro de todo, no sé si pensando en el dinero o en la
posteridad.
En un momento de la Exposición uno se da de bruces con la cajonera
en la que guardaba las fichas. El orden es memorable y justifica la visita a la
misma. En la primera fila, premios Nobel y científicos, o algo así (cito de
memoria), pero la segunda es un mazazo para entender de golpe la España de la
dictadura: la categoría agrupa a “políticos y empresarios”.
En realidad sobra la conjunción
copulativa.
Eran lo mismo.
Y de aquel capitalismo de gente que no arriesga su dinero sino el del contribuyente venimos todos.
Y así nos va…
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