Mirar. Ver. Los ocres. Los tonos de
Castilla. Es Castilla, miradla… Sonaba Barricada en el Iphone, esa canción
fetiche para un mes hermoso: Acabé quemando mi nariz / Sólo en octubre me siento así / Y ese
viento que pega de frente / No deja a los ojos descansar. Las castañas. Que en la
mi tierra se apañan, no se recogen. Pasear por el Barreiro,
bajar hasta Llagona. Los versos de Claudio. Dejad de respirar y que os respire la
tierra, nos conjuró un día. El sol empieza a irse pronto.
Quedan las sombras. Queda el caldeiro, junto al fuego, con la berza encima de
los frutos que crepitan. Siempre fue esta una tierra de magia, en el serano, al caer la tarde, o ya en la noche. “Contar historias y viejas
baladas” hubiera dicho Yosi...
La paz que da reconocer las derrotas.
Todas las derrotas, sin que quede ninguna por
asumir. Y hacerlo mientras uno pasea en compañía de viejos amigos. Ese es el primer paso para empezar de
nuevo: la libertad del “[…] corazón
cuando late sin tiranía, cuando / resucita y se limpia”.
Son las castañas. Es el otoño. Una
estación que sólo se disfruta en la madurez. Ya lo escribió el bardo zamorano:
“Estas castañas, de ocre amarillento, / seguras, entreabiertas, dándome
libertad / junto al temblor en sombra de su cáscara”.
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