21.7.11

Gestionando el aparcamiento desde Valladolid, con un palillo en la boca...

A alguien en la Junta se le fue la cabeza. Un espacio como la Sanabria. Pobre, periférico. Rural. Despoblado. La frontera más pobre de la Europa occidental. Hace años que el Lago es su gran alimento, sobre todo en verano. La economía de la tierra senabresa gira en torno a él: la hostelería, la restauración, los alojamientos…

Hace años alguien tuvo una buena idea: un servicio de aparcacoches para los meses estivales, así como un servicio de seguridad: el Lago se masifica en verano y no está preparado para aguantar a tanta gente, así que era necesario un servicio que indicara cuándo estaban llenos los aparcamientos y que regulara el tráfico y los desórdenes.

El servicio ha funcionado de manera ejemplar durante años. Y además generaba un cierto empleo, cosa relevante en un país, el sanabrés, con una densidad de población inferior a la de Finlandia y similar, acaso, a la de Laponia.

Pero ya digo que a alguien en la Junta se le ha ido la cabeza. Es esa versión tan pacata, tan democristiana, del pepé. Hay que ahorrar, así que a dar ejemplo con bobadas. Y han suprimido el servicio este año. Decisiones que se toman lejos. Estúpidos altos funcionarios, graduados en brillantes escuelas de negocios, que no comprenden lo que gestionan.

Los problemas acaban de empezar. Y esto es sólo el principio. Es acojonante. Este es un país fronterizo y aquí no cae un euro de los Interreg, gestionados cómodamente desde Zamora capital o desde Pucela. Y nunca hay dinero para nada. Tampoco para cuidar el turismo.

Enhorabuena señores de la Junta. Son ustedes unos genios de la gestión pública. En la época de Twitter y de Facebook, todos los turistas sabrán que no se puede ir al Lago porque está colapsado.



PS: "Kyselak es uno de esos menospreciadores de masas, numerosos también hoy que, apretujados entre sí en el autobús atestado o en la autopista atascada, se consideran, cada uno de ellos, habitantes de sublimes soledades o de salones refinados y deprecian, cada uno de ellos, al vecino, sin saber que se les paga con la misma moneda, o bien le guiñan el ojo, para darle a entender que, en aquella multitud, sólo ello dos son almas elegidas e inteligentes, obligadas a compartir espacio con el rebaño".

Magris, Claudio: El Danubio. Anagrama, Barcelona, 2000. Pág. 142

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