El abuelo Miguel se iba a Madrid. Era 1919. Era el 4 de marzo. El abuelo Miguel debía de frisar ya los cincuenta años. Supongo que había hambre. Lo que es seguro es que había tres niñas que alimentar. Se había quedado viudo en la Sanabria rural de los primeros años del siglo XX. Tres hijas. La menor, de poco más de diez años. La mayor, sin llegar a los dieciocho. Eran poca ayuda para las tareas del campo. Tenía que irse. El viaje era incierto. No era como ahora, con comodidades y atasco. Ni siquiera había aún una Casa de Zamora para acogerlo. Así que fue previsor. Cogió un papel, y una pluma. Y lo dejó escrito. Me marcho por necesidad, pero por si me sucediera algo, reconozco como herederas mías y de los bienes de su difunta madre a mis tres hijas. Y las cita con nombre y apellidos. Tres niñas que perdieron a su madre siendo muy jóvenes. Y que ven marcharse una mañana a su padre a Madrid. Estaba acabando el invierno. Y padre se va lejos. Perdonen la tristeza.
Una de ellas, mi abuela, quedó a cargo de la ti Paula, me cuenta mi padre emocionado mientras leemos el papel, envejecido por los años y la humedad. Nunca sabré qué hizo en Madrid. Pero sí que volvió. A su tierra. A cuidar de sus niñas. No le debió ir bien por la gran ciudad, o quizá lo mató la nostalgia de sus hijas. Así que un día regresó. Y en su tierra permaneció aún muchos años, hasta su muerte, al caerse de la burra, allá por los años sesenta, casi con noventa años ya.
La ti Paula. Uno de sus nietos, Joxe, es lector habitual de esta bitácora y me honra hace mucho con su amistad y sus buenos consejos. Quizá sea cierto que todas las generaciones son en realidad la misma, más allá de los nombres y más allá de los tiempos. Porque la bondad que reside en el corazón de las personas pasa de padres a hijos, y de hijos a nietos. La abuela de Joxe cuidó a la mía hace casi un siglo cuando ella se quedó sola. El sábado estuve con él, hablando de aquellos lugares que a los dos nos calman el dolor. Y recordé la historia que me había contando mi padre sobre su abuela. Y nos emplazamos para almorzar o para vernos un fin de semana en nuestro pueblo. Y pasear a la sombra de los recuerdos que nuestro Macondo particular encierra para todos nosotros.
Una escañeta, sentados junto al fuego. Ya mayores. Mirando La Casa del Barrio
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