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25.12.11

La lluvia cae en soledad...

Ya lo he contado alguna vez. Ver el sufrimiento de un niño me hizo dudar de la existencia de Dios. Ya sé, ya lo sé, que Él existirá con independencia de lo que yo piense, pero no puedo evitarlo: llegué al agnosticismo asombrado por la posibilidad de que hubiera un Ser Supremo y permitiera el dolor o el sufrimiento en un niño. El dolor, que nos hace humanos, como nos hace humanos la muerte, no dignifica, ni purifica. Como no purifica la enfermedad. Dignifica el comportamiento, el respeto, la capacidad de padecer con el sufre, pero no el sufrimiento en sí. Veo a Elicia, con su inocencia, o veo a Aleix, como veo a otros niños que forman parte de mi vida y se me parte el alma de pensar algún daño que puedan sufrir. Se me parte, literalmente, como se me parte cuando veo a un discapacitado. A gente que no puede manejarse por sí misma. Y miro al cielo, y pienso: ojalá hubiera alguien ahí arriba. Ojalá tuviera un mínimo sentido de la justicia. Pero cuando termino de pensarlo y espero una respuesta, me doy cuenta de que lo único que me viene de vuelta es la lluvia, porque es invierno...

Madurar es asumir un cierto grado de soledad.

Hacia dentro, pero también hacia afuera...

4.9.10

El dolor

El dolor. El dolor ante la enfermedad. El dolor ante la muerte. El niño de un amigo, Javier, apenas unos meses, un bebé. Alguna malformación genética. El dolor de unos padres. Su esfuerzo por tirar para adelante. Su amor incondicional. Sin visión en un ojo: ¿qué tipo de Dios permite a un niño nacer sin visión en un ojo?. Lo único que me convierte en ateo: el dolor de un niño.

Una amiga. De Barcelona. Apenas treinta y pocos. Un cáncer. La enfermedad, la tristeza, el dolor, la soledad… tantas cosas nos acompañan y con tantas cosas nos damos cuenta de lo poco que somos, de lo importante que es disfrutar cada momento. Me lo cantaban los curas, allá en el seminario: “Te pasas la vida esperando el mañana / soñando que un día serás muy feliz”; en lugar de serlo ahora y con lo que uno tiene cerca. Arrastrar por la vida errores y miserias, como si uno tuviera varias vidas y no pasara nada por equivocarse en esta.

Cuando veo el dolor en la gente cercana me gustaría ser creyente. Me gustaría tener un dios al que rezar, y soñar con que ese dios me escuchara y alguna vez me hiciera caso. Y me gusta que mis amigos creyentes, que son varios, gracias a Dios, recen por mí cuando la ocasión lo merece.

La religión. Un aspecto íntimo de mi vida que algún día deberé abordar en serio. Ser agnóstico es, a veces, desolador: sin fé en un Dios que nos proteja, pero sin la certeza de que todo esto sea falso


PS: "Quizá sea la costumbre, pero a mí me pareció mejor que la última vez. Con el tiempo, si viviera a su lado, seguramente llegaría a considerar su tragedia como algo normal. No hay tragedias vividas día a día. Lo sé un poco también por mi propia vida. Más allá de veinticuatro horas, empieza la costumbre, o sea, la aceptación".

Sebastian, Mihail: Diario (1935-1944), Entrada del 30 de diciembre de 1936.