30.6.11

Juicios en la memoria

Esta semana empezó en Phonm Penh, capital de Camboya, el juicio contra los pocos altos cargos que quedan del gobierno comunista de la que se llamó entre 1975 y 1979 la Campuchea Democrática. Fue, quizá, el genocidio más espeluznante del siglo XX. Más que el de las hambrunas ucranianas y quizá más que el propio Holocausto. Lo fue porque entre un veinte y un treinta por ciento de la población camboyana fue esclavizada y luego ejecutada, o directamente asesinada, a manos del gobierno del siniestro Pol Pot, líderes de los jemeres rojos, que era el nombre con el que se conocía al Partido Comunista de Camboya. Lo fue porque era un genocidio ya fuera de la historia, casi cuarenta años después de los genocidios estalinistas y casi treinta después de la locura nazi en centro Europa.

Qué lejano nos queda todo eso ahora. Uno tiene a pensar en la Camboya de los años setenta como un país lejano y atrasado. En cierta medida lo era, pero los años de dominación francesa habían dado lugar a una cierta clase media que vivía en entornos urbanos y estaba desarrollando ya una cierta economía de servicios. En la capital vivían casi dos millones de personas que, tras la entrada de los jémeres en abril de 1975, empezaron a ser evacuadas de manera forzada al campo. Yo era un bebe de un año. La locura del hombre nuevo. El horror historicista de pensar que uno está obedeciendo una lógica de algo. Ese terrorífico marxismo de salón, tan francés, tal europeo, en las universidades continentales fumando mientras debate sobre el futuro de otros seres humanos. Como en tantas otras ocasiones, el genocida era un hijo de buena familia, que vivió seis años en Europa. Después vino el horror durante cuatro años: llevar gafas era sinónimo de intelectualismo y valía una condena a muerte. Ser zurdo. Saber idiomas. Piense lector, casi un tercio de la población esclavizada y ejecutada en cuatro años. Imagine la muerte de quince millones de españoles en poco tiempo, fruto del designio feroz de un gobierno. Esa miseria del historicismo de la que habló Popper. Esa consideración de que si la verdad está en la izquierda y el resto somos imbéciles, habrá que actuar en consecuencia….

Que lejano nos queda todo ahora. Como gran parte de los genocidios de la izquierda en general y del comunismo en particular, una bruma de olvido se levantó sobre los crímenes de Pol Pot. Ahora llega la oportunidad al menos simbólica de la justicia. Espero que así sea…


PS: Pedro G Cuartango acababa su brillante columna del mundo de ayer así: "El PSOE ha sufrido un varapalo electoral tras llevar a este país a una crisis política, social y económica sin precedentes. Pero nadie dimite en sus filas ni siente la necesidad de hacer autocrítica ni asume la menor responsabilidad porque, como dice Peces-Barba, los que votan al PP son tontos. Ya pueden ir tranquilos de derrota en derrota los cuadros socialistas porque la culpa la tienen siempre los otros".

29.6.11

Aleix

Vivir no es entrar por gusto en un sitio previamente elegido a sabor, como se elige el teatro después de cenar, sino que es encontrarse de pronto y sin saber cómo, caído, sumergido, proyectado en un mundo incanjeable: en este de ahora. Nuestra vida empieza por la perpetua sorpresa de existir, sin nuestra anuencia previa, náufragos en un orbe impremeditado. No nos hemos dado a nosotros la vida sino que nos la encontramos, justamente, al encontrarnos con nosotros. Un símil esclarecedor fuera el de alguien que dormido es llevado a los bastidores de un teatro y allí, de un empujón que lo despierta, es lanzado a las baterías, delante del público... Pues se halla sumido en una situación difícil sin saber cómo ni por qué, en una peripecia; la situación difícil consiste en resolver de algún modo decoroso aquella exposición ante el público, que él no ha buscado, ni preparado, ni previsto. En sus líneas radicales la vida es siempre imprevista. No nos la han anunciado antes de entrar en ella -en su escenario, que es siempre uno concreto y determinado-, no nos han preparado.

Ortega y Gasset, J.: “Meditación de nuestro tiempo” en Obras Completas, XII, pág. 35


(Esta tarde nació Aleix, mi segundo sobrino. Sus ojos dibujaban la sorpresa de existir de la que hablaba Ortega. Lógicamente, este post sólo puede estar dedicado a el: ¡bienvenido!)

28.6.11

Encontrarme con gente de Sanabria de hace más de un siglo

Estaba rematando mi artículo para el mensual con el que colaboro y me tocó, allí en la Sanabria, fíjese usted, buscar información sobre Sagasta. Ya saben, el eterno conspirador que diseñó un parte de “la General”, que vivió en Sanabria y que allí dejó un hijo natural, bautizado en Zirbantes. El caso es que acabé de bruces con un número del Heraldo de principios de siglo. El Heraldo era la voz de los liberales en la Zamora del cambio de siglo. Porque esta provincia fue, durante mucho tiempo, un sólido baluarte de los liberales. Cualquier lo diría un siglo después. El caso es que el jueves ocho de enero de 1903 el número del Heraldo iba dedicado, casi en exclusiva, a la muerte del prócer liberal, ocurrida en Madrid el lunes de esa misma semana. Y como El Perdíu es curioso por naturaleza, no pude dejar de fijarme en varias cosas.

La primera, que lo que sería el editorial viene dedicado al órgano de los conservadores de la provincia, el viejo Correo, el diario que se tituló durante una época “diario integrista”, afeándole su mal comportamiento con el difunto todavía de cuerpo presente. Este afán de considerar enemigo al adversario. De perseguirlo más allá del muerte. Ese afán tan humano. Y quizá tan español.

La segunda, la cantidad de información sobre la tierra sanabresa. Informaban desde la Puebla que en Lubián había aparecido muerto entre la nieve el anciano Leandro Álvarez García, a causa de una congestión cerebral. En Villardeciervos, se quemó por completo la casa de Teresa Martín Figuero, calculándose las pérdidas en más de 1.300 pesetas. La Guardia Civil había detenido ya a Pedro Santiago y Eugenio Benéitez como presuntos autores. Finalmente, en Robleda, le habían robado al vecino Tomás Matellanes 205 pesetas aprovechando un momento en el que estaba fuera de casa. La Guardia Civil, pese a sus pesquisas, no había logrado dar con el ladrón.

Aquella España. Uno de mis abuelos aún no había cumplido tres años y el otro no llegaba a los cuatro. Lee uno las noticias, amarillentas ya por los años, y no puede dejar de pensar en dónde habrán ido a parar los sueños de todas aquellas personas; las penas de aquel Leandro, muerto entre la nieve, quizá desorientado por la noche, en aquel Matellanes, que seguro que conoció la historia del Perdíu, y en tanto otros cuyos miedos, anhelos y ansiedades se tragó la historia. Nadie habla ya de ellos. Nadie los recuerda. Así que traerlos aquí es, en cierta medida, una forma de devolverles la vida, al menos por un instante, en la mente del lector.



PS: Borges escribió en El Hacedor: "Hechos que pueblan el espacio y que tocan a su fin cuando alguien se muere pueden maravillamos, pero una cosa, o un número infinito de cosas, muere en cada agonía, salvo que exista una memoria del universo, como han conjeturado los teósofos. En el tiempo hubo un día que apagó los últimos ojos que vieron a Cristo; la batalla de Junín y el amor de Helena murieron con la muerte de un hombre. ¿Qué morirá conmigo cuando yo muera, qué forma patética o deleznable perderá el mundo? ¿La voz de Macedonio Fernández, la imagen de un caballo colorado en el baldío de Serrano y de Charcas, una barra de azufre en el cajón de un escritorio de caoba?"


PS:

Qué cosas.

27.6.11

Autores que nos buscan y nos acaban encontrando bajo la cerezal...

Hay autores que nos buscan. No es fácil que den con nosotros: uno necesita suerte y buenas compañías, y quizá no en este orden, para que te puedan localizar. Me pasa con algunos de la tercera España: ya saben, la que no estaba ni con los hunos ni con los hotros durante la maldita guerra de España. Hace mucho que creo que yo hubiera sido de ellos, aunque el difunto Carles siempre decía que no, que él tenía claro que yo la guerra también la hubiera ganado. Llegué a estos autores por azares. A Chaves Nogales, a través de mis añoradas amigas de fronda. A Salazar Chapela, gracias a Arcadi Espada. A Pla, a través de Pericay. El primero, en cualquier caso, fue Chaves Nogales. Su maestro Juan Martínez anticipa algunas cosas de Capote.

El caso es que hace unos meses, no pude evitar comprar su crónica de la caída de Francia. Yo recordaba el tema de manera confusa gracias a Nemirovski: su suite es un relato magnífico de lo que aquella primavera terrible de 1940. La lectura estos días en Sanabria de la obra de Chaves Nogales complementa, en cierto sentido, la obra de la ucraniana asesinada por los nazis. Si ella novela la vida, Chaves analiza las causas. Es un ensayo lúcido. Militante. E insobornablemente liberal. Lo cual es extraordinario habida cuenta de que está escrito en plena contienda, cuando la lucha era entre totalitarismos de izquierda y de derecha. Por qué cayó Francia. Y cómo cayó. Y qué destino aguardaba a los que, como Chaves Nogales, seguían creyendo en la libertad y en la democracia. Una lectura instructiva, hecha casi en exclusiva a la sombra de la cerezal, en la Pradera, con toda la tarde por delante. Chaves Nogales: el hombre que abandonó España en plena contienda porque ya no le interesaba saber si el futuro dictador iba a salir de un lado u otro de las trincheras.

Chaves Nogales, aquella España que tampoco pudo ser…

Para leer de un tirón, o para alternarlo con la Suite francesa.



PS: “Durante varios días, el hombre de París, que estaba condenado a aguantar lo que viniese porque era pobre, vio desfilar por las puertas de la ciudad cientos de miles de automóviles cargados hasta los topes en que huían quienes tenían medios económicos para desertar del sufrimiento. Vana ilusión […]” Chaves Nogales, M: La agonía de Francia. Libros del Asteroide, Barcelona, 2010. Página 65

26.6.11

Leyendo a Gomá en mi pueblo...

Paseaba esta tarde por mi pueblo, libro en mano. Hay poca gente, así que casi nadie me señala con el dedo. “Pareces el cura”, me decían cuando lo hacía en agosto y todo el mundo me veía. Ahora me cuido de hacerlo en público, tal es mi rubor. Voy ya por el tercer capítulo de un libro fascinante. Una invitación a la reflexión. Al deleite. Al pensamiento. Volver a leer a alguien que se explica con la cortesía con la que lo hacía Ortega. El libro habla de la ejemplaridad pública y está escrito, todo un descubrimiento a mis años, por Javier Gomá. Ortega: ese frontón sobre el que hacer rebotar todas nuestras reflexiones, como ya dijo alguien. Cómo construir una ética basada en la finitud y que acepte que la vulgaridad, consecuencia inevitable de la democracia, ha de ser el punto de partida. Qué ética para qué ciudadanos. Cómo afrontar el desencantamiento del mundo del que habló Weber y que nos trajo la modernidad. Ese mundo, ya lo sabes, en el que todo lo sólido se desvanece en el aire.

Voy por el tercer capítulo. Y lo leo de paseo, como hace un rato, y también en la cama. Como ahora. Lo leo solo, pero eso ya no es culpa mía. El placer de compartir un libro, un párrafo, es difícil de explicar a quien no participa de esta vida. Es difícil de hacer entender, y de compartir por tanto, con aquel para quien la cultura no es nada. Y constituye una añoranza terrible, melancólica, que acompaña para siempre a los que alguna vez conocieron ese mundo, pero no llegaron a pasar del quicio de la puerta y muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, habían de recordar aquellas tardes remotas en los que alguien les señalaba los libros con el dedo, para que fueran descubriéndolos, para que fueran creciendo...


PS: Botho Strauss escribió una vez: “la obra de arte nos protegía en otro tiempo de la dictadura total del presente

25.6.11

El víspera

El víspera de San Juan”. Muchos años, nos cogió en Oriñón. Casi únicamente de ahí recuerdo hogueras una noche como esa. Íbamos la segunda quincena de junio. Allí estaba Mi General esperándome, siempre. Nuestro edificio, Capri, tenía un ring de boxeo en medio del patio. Cuántas batallas allí libradas. De frente, las dunas que anunciaban el mar. Cuando bajaba la marea, íbamos en busca de chirlas. A veces, incluso, a por navajas. Una playa enorme. El cantábrico (Kantauri da urrun). Yo tenía diez años, perdonen, pero ya intentaba que me compraran la prensa. El Correo con don celes al fondo. El Athletic se paseaba en la Liga y se hacía con las copas. Ahí me aprendí su himno. Me lo enseñó Mi General, claro.

Iban pasando los años. Nunca íbamos en invierno, siempre diez o quince días en junio. A veces íbamos dando un paseo a La Ballena. La Ballena nos perseguía desde cualquier lugar de la playa. Miraras donde miraras, allí estaba. Nunca logramos saltar a ella. Había, y sigue habiendo, un peligroso saliente de mar que no lo hace fácil. La Ballena es inconquistable, me dijo una vez Mi General, quizá tendríamos doce años. Quizá además el hecho de que estuviera en Sonabia la convertía en algo aún más mítico. Aquellos ecos de la Sanabria a la que íbamos unos días después a echar el resto del verano. Crecimos sanabreses porque allí creció nuestra memoria. Algunas tardes nos llevaban a Laredo y a Castro. Lugares señoriales para unas vacaciones con cierta clase en la playa. De noche hacíamos hogueras y asábamos salchichas. Y buscábamos en el horizonte las luces del buque mercante de Antón. Corríamos. Jugábamos. Soñábamos. La marea subía y defendíamos un fuerte contra el agua que todo lo inundaba. Yo me quemaba. Siempre. Apenas sabía nadar y a los dos días ya estaba quemado. Fuimos creciendo. Creo que el último año que fuimos para quedarnos debió de ser el ochenta y siete o el ochenta y ocho. Estuve muchos años sin volver. El año pasado, Mi General tomó el avión, vino a buscarme y me llevó allí, pasando antes por Lequeito, donde aún nos dio tiempo a conversar con Zita y oírle sus quejas por el mundo de ayer. Paseamos por la playa, tomamos unos vinos y fuimos hasta La Ballena. De nuevo. Lo que nos diferencia del resto de la creación es que somos animales que se construyen desde la memoria. Lo recordaba casi todo, veinte años después. Y Mi General también. Volvimos a juramentarnos. Retornaremos dentro de unos años. Seguro. Y sonreiremos al vernos gritando a los niños que tengan cuidado con el agua.

PS: Hacia dónde camina el mapa del mundo. Una fantástica reflexión de Lamo de Espinosa. No sea perezoso, desocupado lector, y léala. Pinchando aquí. De nada.

24.6.11

Inquietudes para determinadas sociedades...

Me relaja sumergirme entre legajos. Entre papeles ajados ya por los años. La memoria de personas que ya no están, y que nunca imaginaron que yo sabría de su existencia. Las cosas, escribía Borges, duran más allá de nuestro olvido. Algunos testamentos. Aquella España de los años treinta del XIX. Una guerra, decían. Sí, pero no aquí. Esto era, y en cierta medida es, el fin del mundo. Encontré la boda de unos antepasados. En pleno trienio liberal. Compras. Usuras. Ventas. Reivindicaciones de origen. De vida. Familias de origen quizá judío y familias quizá cristianas. Y el monte. Y los comunales. Aquel mundo en el que aún no había Estado en el sentido moderno del término. Ahora, cada paseo por mi pueblo es diferente, soy capaz de ubicar dónde estuvieron algunas de las personas que configuraron sus perfiles actuales. Ayer “el víspera de Sanjuan, como decía siempre su madre, cumplió años mi padre. Setenta y nueve ya. Estos legajos me permiten estar cerca de él, mucho más que la tele o el huerto. Me va contando. Le voy escuchando. Vamos conociendo. Y mientras lo oigo, y escucho a otros como él, recuerdo a Alexis de Tocqueville, el famoso historiador y pensador francés del siglo XIX. Tocqueville escribió un fantástico ensayo titulado "La democracia en América" en el que describía la joven sociedad americana de los años treinta del siglo XIX. Hablando de la democracia (pero yo diría más bien el mundo moderno) escribió:

"Así, la democracia no solamente hace olvidar sus antepasados a cada hombre, sino que le oculta sus descendientes y le separa de sus contemporáneos, y le conduce constantemente hacia sí mismo y amenaza con encerrarle por completo en la soledad de su propio corazón"

Un texto hermoso, en el que pienso mientras paseo por los castaños del Barreiro, y tras entrar en el Rincón, me acerco al río, ya en Cobreros, en busca de una sombra a la que sentarme. Nadie me mira. Saco el libro de Chaves Nogales con el que ando y sigo leyendo…

PS: Tolstoi anotó en su diario: “Escribir no es difícil, lo difícil es no escribir.

23.6.11

Una Real Orden Petrista

Todavía no habíamos empezado con el Uno. Sólo habíamos saboreado algo de Arianne. Es cierto que hacía calor, y que estábamos junto a Soto, que iba dale que te pego con la paella. El caso es que el amigo Joseantonio empezó a contar lo de los Caballeros de Yuste, y ahí nos fue surgiendo un tema que ya habíamos tratado alguna vez: ¿Y si generáramos una Real Orden vinculada a la nuestra tierra? El vino nos iba haciendo sus efectos y nos fuimos viniendo todos arriba, yo el primero. Tanto, que propuse hasta nombre: la Real Orden de Caballeros Petristas. Jurando lealtad a Pedro I para entrar en ella. Reivindicando aquella Castilla que no fue, la Castilla de Men, la castilla de los burgueses, de los comerciantes. La Castilla amiga de los judíos. Con la sede en el Pinar de Vigo, claro. Fue el último rey legítimo. Todo lo que vino después era mentira. Y tengo la sensación de que con él llegaron los judíos a la mi tierra. O al menos se asentaron de manera definitiva. Una Real Orden con doce miembros fundadores. Y que sólo admitiera uno nuevo cada año. Caballeros juramentados para difundir y dar a conocer la suya tierra.

No es la primera vez que le doy vueltas al tema. Aquel fin de semana, un fin de semana extrañamente luminoso para ser febrero, ya había salido lo de crear un Instituto Cultural para la nuestra tierra. Era la tarde y estábamos en los meleiros. Pero aquello se paró. ¡Son tantas las cosas a las que yo sólo no llego!

Va cayendo la tarde y estoy en la Sanabria. Buscando, como siempre que llego y abro al azar algún libro del poeta, qué hazaña vibra en la luz. La luz del oeste. Mágica para quien sabe mirar. Y para quien es capaz de ver. Porque también lo dice, de nuevo, el poeta: “Muchos hombres pasaron junto a nosotros pero / no eran de nuestro pueblo […]”

22.6.11

Papelillos por aquí...

Acabé Noviembre de una capital. Comprado en el Círculo, claro. Kadaré. Albania, los Balcanes. Volver, como siempre, a Kaplan. Y antes que él, a Rebecca West y a su cordero negro. Las horas pasadas devorando aquella literatura. Una forma, como otra cualquiera, de ponerle cara a un sitio. De Danilo Kis, descubierto por Jesús, a Andrujovich, perdido en un avión, claro, supongo que ella andaba ya a otra cosa y debió de salir con prisa. Cuando uno empieza a recomendar libros con pasión, no tarda en olvidarse de dónde deja los que ya no serán suyos. A Kadaré llegué hace años, por Jesús, claro. Aún no había empezado lo de Kosovo y allí estaba Jesús. Lee a Kadaré, me dijo, con ese tono que sólo empleamos con los amigos. Me hice con los tres cantos fúnebres por Kosovo. Una prosa elegante. Un tono elegíaco. La legendaria batalla del campo de los mirlos. El sueño de todo nacionalismo: perder para ganar siempre. El sueño, también, de algunas personas. El destino del Príncipe Lázaro. Perder en la tierra a cambio de ganar el reino de los cielos.

No había vuelto a Kadaré. Ya sabe el lector que tengo limitado el consumo de papelillos anuales. Hasta que llegó la del círculo de hacer un par de meses. Una novela, la de noviembre, ambientada en la caída, o en la liberación, según se mire, de Tirana. Era 1944 y un mundo estaba desapareciendo. Cuántos mundos desaparecen sin que sus protagonistas se den ni cuenta. Iba llegando otro, es cierto, pero ya nada fue igual. Aquel mundo de la alta burguesía, defendida por las armas alemanas. Ahora piensa uno en Albania y no ve más que pobreza. Y sólo recuerda a Hoxa y su locura estalinista. Pero una Albania monárquica, que se modernizaba. Que dejaba atrás el fedualismo. Invadida por el fascismo italiano, deseoso de aventuras imperiales y protegida por los nazis. A las afueras, la guerrilla comunista. La novela narra muchas cosas, el fin de aquel mundo, las salidas deseperadas, las necesidades de esconderse, de congraciarse con los nuevos amos. También, los cambios de bandera. Los posicionamientos. La traición a una revolución, si es que hay alguna revolución que no se traiciona. Kadaré nos acerca a aquel invierno, con la nieve, con la necesidad de tomar la torre de la televisión, con los miedos, con las huídas, con las llegadas, con los exilios.

Un buen texto, y no demasiado largo, cosa que uno agradece siempre en las novelas.


PD: Claudio Magris escribió en El Danubio: La auténtica literatura no es la que halaga al lector, confirmándole en sus prejuicios y en sus seguridades, sino la que le acosa y lo pone en dificultades, la que lo obliga a ajustar cuentas con su mundo y con sus certidumbres.

21.6.11

Aprender a disfrutar del arte, también en digital...

Son muchas las cosas que no nos vienen de serie. Cosas que hemos de ir aprendiendo a lo largo de la vida. Que las conozcamos o no, no dependen sólo de nuestra capacidad. También, y mucho, de nuestro entorno. De nuestras compañías. A disfrutar el vino, por ejemplo. O el queso. O un concierto de música clásica. O el arte.

Apreciar un cuadro. Saber lo que nos transmite. A mí me enseñó a ver obras Benigno Pendás. Era primavera y el mundo era tan reciente que, fíjense, yo andaba enamorado de una flamenca del aleti. Fueron cinco días sobre Velázquez. Ahí me hice mayor. La rendición de Breda es un tratado de cómo entendía la política la monarquía hispánica. Las meninas son el primer cuadro moderno en el sentido literal del término. Y el Conde Duque; esa mirada de la que ya me había hablado John Elliot años atrás. Esa mirada que te persigue, aún hoy, cuando entras en la Sala 12 del Museo.

Luego ya no paré. Ni de viaje por Rumanía, ni en aquel último viaje a Santander. Fíjese usted, desocupado lector. Hay muchos tipos de personas, a algunos esto les interesa y otros van una vez y ya no vuelven. Por eso, me parece tan fantástica la iniciativa de los amigos y pioneros en tantas cosas de Fragma: un sistema de impresión de obras clásicas de alta calidad. Para disfrutar de una obra y de todos sus matices. Arte a demanda. Péguele un vistazo, desocupado lector.

Los contenidos digitales están ya cambiando nuestra vida. Esto no se detendrá. Y ahí España tiene mucho camino por recorrer…


PS: De acuerdo con las estimaciones del gobierno, la Industria de Contenidos Digitales superó los 8.004 millones de euros de facturación en 2009 con un crecimiento interanual del 32,7%. Entre 2003 y 2009, la facturación de este sector prácticamente se ha triplicado. En 2010, se estima que la facturación podría superar los 9.000 M€.

20.6.11

Almorzando con otras generaciones...

El otro día tuve un almuerzo intergeneracional. De esos que la gente que me conoce poco no acaba de entender. El caso es que, por azares del destino, acabé comiendo con los padres de una querida y admirada amiga. A las personas nos unen las inquietudes. No la edad. Nos acercan las preguntas, no las respuestas. Es algo que siempre supe, intuitivamente, y que Magris me confirmó en su Danubio. Y es que la verdadera transversalidad es la generacional: ser capaz de ver más allá de la edad porque a uno le atraen las mismas cosas que a otras personas.

Descubrimos al azar un interés común: poner en claro la historia de nuestro pueblo en el XIX. Yo siempre había pensado que allí hubo una familia poderosa, los legendarios Rodríguez de Medio, sacerdotes leales a la Corona y contrarios a una Constitución sin dios, luego consultores del Papa, y finalmente altos cargos durante la dictadura. Siempre pensé que sus herederos naturales, los treinta, habían sido unos advenedizos que llegaron tarde al pueblo. Como muchas otras veces, estaba equivocado. Las dos familias coincidieron en riqueza, apoyo y rivalidad durante el XIX. Quizá unos eran cristianos viejos y los otros no. Y resultó que los treinta, antes de ser Sanromanes, habían sido Arias. Y que habían sido ricos, como los Rodríguez, al menos desde el siglo XVIII. Y a cada documento una nueva duda. Y a cada duda una nueva hipótesis: judíos, prestamistas, asentados a lo largo del XIV, quizá con Pedro y Men, o del XV, con la expulsión, es las lejanas y escuras tierras de Senabria. Quizá nadie descendía en realidad de Cristóbal Pérez, “el ynjerto”. Quizá la nuestra tierra sea una tierra de francos más que de nativos. Quizá. Quizá aquí no hubo más hidalguía que la del trabajo ni más dinero que el de la usura. Pero quedan muchas cosas por explicar: ¿cómo pudo un pueblo como este tener dos familias ricas durante varios siglos?, ¿cómo se gestionaba una economía no capitalizada?

Se pasa las noches ahí metido y le dan las tantas”, me dice amablemente su mujer, señalando el escritorio donde a mi compañero de almuerzo se el amontonan los legajos, esperando quizá algún reproche por mi parte. Es complicado. Conozco esa sensación. De entrar en un documento como quien entra a una cama. A disfrutar. A no levantarse hasta que no está todo hecho.

El otro día le leí a César Antonio Molina que Proust escribió que la lectura es una conversación con hombres mucho más sabios y mucho más interesantes que aquellos que podemos tener ocasión de conocer a nuestro alrededor. No sólo la lectura, añado yo. También la posibilidad de conversar con personas de setenta años es, en cierta forma, una manera de leer. De ampliar horizontes. De conocer otras vidas. De entender lo que fuimos. Placeres a los que no renunciar. Placeres que uno ha de aprender a conocer. De la mano de alguien, claro.


PS: fantástica entrevista el domingo en La Opi. Hay que ver qué nivel me está cogiendo la prensa de provincias. No dejen de leerla, hablando de historias. Por cierto que para aquellos lectores que aún no hayan leído Los muertos, pueden descargárselo pinchando aquí, aunque no respondo de la calidad de la traducción. Si lo que prefieren es oírlo en castellano pinchando aquí. De nada.

19.6.11

Lecturas de la prensa, de ayer y de hoy

Dos lecturas de domingo. De la prensa. Ya saben, la que te enseña cosas por las que no has preguntado.

Una es antigua, pero en este mundo de lo inmediato, también hay cosas buenas de hace ocho años. Un artículo de Zafra, que fue Director General de Administración Local, y de Calderó. Un artículo acerca del concejal que inspeccionaba barcos. Bien escrito, ameno y lleno de sugerencias. Yo llegué al Ayuntamiento y me soprendía la cantidad de cosas que firmaba el alcalde sin leerlas. Incluso un alcalde como aquel. Léanlo. Y piensen.

La otra es reciente. La intervención de un García Milá a quien no conocía. Demoledora con todos, también con esa generación bienacostumbrada que ha construido una democracia de replicantes en Sol. De fondo, su reivindicación del emprendimiento, del riesgo. De la pasión por crecer. Por crear. Del miedo también de ir al notario, como yo esta semana pasada y avalar un crédito. En medio, este país de jóvenes y de adultos cuyo sueño es trabajar en una gran empresa con catorce pagas y varios días libres al mes. Sin preocupaciones. Eternos adolescentes. Esta generación que no construirá nada, porque no sabe nada ni de nada, y que cuando tenga setenta años mirará atrás y no sentirá nunca el placer de sentarse a descansar en el huerto que sembraron.


PD: Jorge Bustos escribió: Un periódico de toda la vida enriquece al lector al informarle de cosas sobre las que el lector no había pedido opinión en absoluto, o cuya existencia directamente ignoraba, pero esa pedagogía muere con el diario digital a la carta, que acabará conteniendo sólo las noticias más vistas (sexo, chismorreos y deporte, básicamente). Ni siquiera sospecharemos lo que estaremos dejando de saber. De ahí el peligro de extinción que amenaza al género del reportaje serio y exhaustivo en favor del personalismo tendencioso, como deplora Gary Kamiya: «Es fácil despreciar a alguien que no has conocido»

17.6.11

Música y mujeres (un recuerdo)

Las mujeres que han marcado mi vida han dejado en ella, entre otras cosas, una memoria musical. Una memoria hecha a base de canciones que me las devuelven por un instante como en un bucle. Las imágenes se van tiñendo de sepia, pero no terminan de irse. Hubo aquella a la que recuerdo cantando aquello de “voldría ser capitá” con una voz dulce y bondadosa que desencajaba con el resto del perfil. Hay un recuerdo sobre un estribillo de los Panchos que me martillea la cabeza y del que no logro desprenderme. Se me junta con un recuerdo que va desde Marisol en Popayán, a trasluz, oscureciendo, hasta una bodega en el valle del Vidriales sobre música popular española.

Ocurrió el otro día. Salía de recoger las lentillas e iba andando a por el coche. A veces, de noche, las oigo cantar. Porque a veces, de noche, me transformo en Gabriel Conroy y todas las Gretta Conroy que ha habido en mi vida vienen a recordarme que yo también fui Michael Furey. A recordarme, en suma, que el papel que un hombre puede jugar en la vida se limita a ser Gabriel unas veces y ser Michael otra. Iba camino del coche, digo. Entonces la vi: salía del metro, e iba unos treinta o cuarenta pasos delante de mí. Fumaba. No me vio. Ni siquiera reparó en su coche, aparcado un centenar de metros más adelante. Y pensé, claro, en la canción de voldría ser capitá… Al llegar al coche paré y la seguí con la vista hasta que dobló, a la altura del Comité, para ir a su casa. Abrí la puerta, me senté en el asiento y arranqué…



PS: Ese último párrafo del relato “Los muertos”, de Joyce: “Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía, así, en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.”

16.6.11

Un hombre al volante...

Me subo al taxi con prisa. Como siempre. Soy un tío que va de traje y con prisa a los sitios, normalmente en taxi, aunque a las cosas importantes siempre llego tarde. Saludo y digo la dirección. Cuelgo el teléfono. El taxista me dice que, si no me importa, quiere poner un cedé, “que estoy preparando un examen”. No se preocupe por mí. Doblamos doctor esquerdo para coger goya. Los tipos de leyes, se oye en el altavoz, la ley ordinaria y la ley orgánica. Es que mire, está la cosa mal y estoy con una oposición. No puedo evitar corregir al del cedé en cuanto al concepto de ley orgánica. Es usted funcionario. No, la verdad, es que no, pero doy clase de esto. Apaga la radio. Empieza la vida. Me cuenta. Le cuento. Me cuenta. Un diálogo sin tutearnos, un placer en estos tiempos plenos de vulgaridad democrática. Repasamos el concepto de Estado. El papel de la monarquía en nuestro ordenamiento jurídico. El propio concepto de reserva de ley. Nos recomendamos libros. Lo veo escéptico y me alegra: es el primer camino hacia el liberalismo y el conocimiento. Sale Popper claro. Lo conoce. Le hablo de Isaiah Berlin y cruzando Colón, recuerdo con nostalgia su Riga natal, parte de un Imperio que no pudo evolucionar hacia la democracia. Me recomienda un par de libros, estamos ya en los bulevares, dejando atrás la Glorieta de Bilbao. El concepto de ciencia en el derecho. Es sociólogo. “La sociología no es una ciencia, no se proocupe”, le digo mientras me deja en Quintana. Se baja del taxi y nos damos la mano desde el respeto. Le deseo suerte. En la oposición y en la vida.

Uno hombre no es más que otro si no hace más que otro, dice esa escuela de libertad que es el Quijote. Es difícil encontrar algún ejemplo de mayor dignidad que el que ofrece alguien que lucha por progresar en la vida. Que quiere formarse para dejar atrás lo que fue. El medio sólo consiente las identidades de origen, aunque yo no haya sido capaz de transmitírtelo. La libertad y el mundo moderno nos dejan romper esa maldición.

Mientras lo veo alejarse en su taxi, pienso en Morfeo y en la frase que tantas veces he repetido sin éxito: “lo único que te ofrezco es la verdad”.

Entro en clase. Buenas tardes, mi nombre es…

15.6.11

Cine y vídeo

Volver al cine. Por fin, después de varias semanas. Una película de acción, con toques de Hitchcock. Alguien que despierta sin identidad tras sufrir un accidente. Buen guión y buena dirección, la de Jaume Collet, un catalán afincado en Los Ángeles. Ese mundo mágico que es el cine. Neeson para mí siempre será su paisano Michael Collins. Igual que Jones será para mí siempre Betty Draper, como Bruno Ganz será Adolf Hitler e igual que Koch será siempre un dramaturgo hundido en la Alemania Socialista.

Todos juntos en un thriller sobre conspiraciones, mentiras y asesinatos. Bien narrada, cono uno de esos finales que dotan de sentido a toda la obra. Demasiado goloso como para no ir a verla, ¿no creen?

Estuve viendo también ¿Arde París?, comprada el otro día en el cortinglés. Hay títulos y canciones que recorren mi infancia. Códigos que sólo soy capaz de descifrar con los años. Todo empezó, cómo no, con un libro de Collins y Lapierre, en el final de mi adolescencia, regalo de davideletreinta. De fondo, una banda sonora, de Anabelén, claro, repitiendo machaconamente aquello de “Arde París / y en tu piel se para el tiempo”.

La película desmerece al libro. Una visión canónica de la resistencia. No ha envejecido bien, pese a los guionistas y pese a su fama. Tomas demasiado largas, escenas repetitivas, no acaba de transmitir. Lo mejor, claro, el personaje de Von Cholditz, quizá el más fascinante de toda la trama. Aquel alemán que prefirió desobedecer a su enloquecido jefe…


Ps: El 18 de junio de 1940, tras la caída de Francia, Viacheslav Molotov envió un mensaje elogioso a Hitler a través del embajador alemán […] expresando “la más calurosa felicitación del gobierno soviético por el espléndido éxito de las fuerzas armadas alemanas”. Cumpliendo su papel de aliado de Hitler, Stalin autorizó la exportación de las materias primas necesarias para la guerra relámpago nazi. Durante todo 1940, Stalin envió más de setecientas mil toneladas de petróleo ruso a los victoriosos ejércitos nazis.

Tzouliadis, T.: Los olvidados. Una tragedia americana en la Rusia de Stalin. Debate, Barcelona, 2009. Página 211

13.6.11

El agua, el cuscús y Borges...

La cultura del agua. Del silencio. Y del incienso. Volver a ella. Gracias a Yimi y a su generosidad sin límites. Estar tumbado. Cuando uno cierra los ojos, el resto de sentidos se multiplican. Sentir cómo te va bajando la tensión. Relax. La música árabe, tan monocorde y por ello tan relajante. Unos minutos en el baño turco. Estorba, como siempre que uno está en el agua, el bañador. Piscina tibia. Piscina caliente. Ahora de agua fría. Recuerdos fineses, aquel último viaje. Cómo ha cambiado, pensaba, iluso, al ver las fotos. Más mujer. Y tanto que lo era. Llega la hora del masaje. El olor. Los ojos de nuevo cerrados. El aceite derramándose por el cuerpo. Las manos que descontracturan una espalda ajada por los años y la angustia. De nuevo a la piscina. Con los oídos dentro del agua, los sonidos se multiplican. Uno vuelve a la paz anterior a la vida. Dejarse llevar. Dejarse fluir. Todos venimos del agua. Y a ella volvemos alguna vez en la vida.

Nos terminamos de secar. Pienso en mi Posada del Abad. ¿Cuándo volveré a ella? Cuando toque. Porque volver, volveré seguro. Ya veremos cuándo...

Salimos y almorzamos árabe. Cuscús y cordero. No es mi gastronomía favorita, pero es correcta. Como el día está internacional, postres suecos. Atardece ya en Madrid y nos tomamos un digestivo.

Este Madrid. La única ciudad que hay en España. Cuando uno se aleja veinte quilómetros, todo es provincia hasta llegar a la frontera. Todo. El resto de España, o del Estado, como dicen los idiotas, está lleno de esos pájaros de los que hablaba Borges: unos pájaros que volaban siempre de espaldas, porque lo que les interesaba no era saber a dónde iban, sino de dónde venían…



PS: Ayer nació el auténtico Carolo´s son. Y lo que me alegra ver a dos buenas personas que me honran con su amistad ser felices. Bienvenido a la vida, pequeño Carolo...

12.6.11

El cisne y la narración

El libro de Taleb. Leemos la prensa. Vemos la televisión. Nos cuentan cosas de manera ordenada. Pero el orden no existe. Es una construcción. Taleb reflexiona en su libro sobre lo que llama la falacia narrativa. La narración pone orden en el caos, pero es también ficción. Cuesta mucho esfuerzo obtener información. Mucho. Como cuesta almacenarla y como cuesta recuperarla cuando la queremos usar. No sólo en la vida profesional, también en la personal. Piense, desocupado lector, en cuántas veces tomamos decisiones sin tener apenas información. Sin saber todo lo que deberíamos saber. Sin tener en cuenta todas las variables.
Pero insistimos en narrarlo todo. Como si las cosas tuvieran causa, inicio y fin. Es el problema de narrar; hace que los sucesos parezcan menos aleatorios de lo que en realidad fueron. Y por eso, llegamos a pensar, ilusos, que podemos incluso predecir el futuro. No. El futuro no está escrito en ningún lado. Lo escribimos nosotros, a diario. Con lo que hacemos. Con las decisiones que tomamos. Y también, claro, con las que no tomamos.
Algunas cosas secundarias, pero también atractivas de Taleb: hay cosas que no conocemos y por ello deberíamos ser menos arrogantes cuando las juzgamos. Por ejemplo la acupuntura. O la homeopatía. No sabemos porque no conocemos. Quizá algún día sean ciencia. Pasaba con lavarse las manos. Nadie sabía porqué, pero era bueno para la higiene. Hasta que se descubrió.
No ser arrogantes.
Ni en lo profesional ni, desde luego, en lo personal


PS: "Me parece escandaloso que, pese a los antecedentes empíricos, sigamos proyectando en el futuro como si supiéramos hacerlo a la perfección, empleando herramientas y métodos que excluyen los sucesos raros". Taleb, Nassim: El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable. Piadós, Barcelona, 2008. Página 205

11.6.11

Una foto, dos recuerdos y una cita...

Veo la foto y yo sí que me indigno, aunque no quiero que nadie me confunda con esos demócratas replicantes (el sintagma es de Arcadi Espada) acampados contra el Estado de Derecho.

Veo la foto y a mi memoria vienen dos nombres y una cita bíblica.

Recuerdo a Gregorio. Yo estaba en la carrera, era por la tarde, quizá comiendo, y recuerdo la noticia. Iba a ganar las elecciones para ser alcalde de San Sebastián. Lo mataron por la espalda. Lo mataron aquellos a quienes el nuevo equipo de gobierno de la ciudad considera luchadores políticos por la libertad. Era enero. No faltaba mucho para las elecciones. La izquierda nacionalista cruenta consideró que la mejor forma de quitarse de en medio a un rival era matarlo. Pienso en Gregorio.

Pienso en Enrique. En una toma suya tapándose la cara unas semanas antes. En el hombre que perseguía a ETA por la vieja Easo y que ¡ay! Investigaba su infiltración en la policía local de la ciudad. Tiroteado a la puerta de su casa por los amigos del nuevo alcalde de San Sebastián. Recuerdo a Enrique.

Dos hombres que fueron asesinados por la espalda en una ciudad a la que amaban y que estaban vinculados, de una u otra manera, al ayuntamiento de la fiel, noble y lea ciudad costera.

Veo la foto y recuerdo, en fin, la maldición que lanzó San Pablo contra aquellos que ven la injusticia y no se encienden. Porque, en cierto sentido, la gente que se benefició de sus muertes ha vuelto al Ayuntamiento y lo ha hecho por la puertea grande. Con el apoyo cómplice del nacionalismo incruento y con la desvergüenza de unos jueces al servicio lacayuno del poder.

Es un mal día.

Si ellos ganan, nosotros perdemos.

PD: las historias de sus vidas, y de sus muertes, en ese libro necesario que impulsó Rogelio. No dejen de consultarlo