Esta semana empezó en Phonm Penh, capital de Camboya, el juicio contra los pocos altos cargos que quedan del gobierno comunista de la que se llamó entre 1975 y 1979 la Campuchea Democrática. Fue, quizá, el genocidio más espeluznante del siglo XX. Más que el de las hambrunas ucranianas y quizá más que el propio Holocausto. Lo fue porque entre un veinte y un treinta por ciento de la población camboyana fue esclavizada y luego ejecutada, o directamente asesinada, a manos del gobierno del siniestro Pol Pot, líderes de los jemeres rojos, que era el nombre con el que se conocía al Partido Comunista de Camboya. Lo fue porque era un genocidio ya fuera de la historia, casi cuarenta años después de los genocidios estalinistas y casi treinta después de la locura nazi en centro Europa.
Qué lejano nos queda todo eso ahora. Uno tiene a pensar en la Camboya de los años setenta como un país lejano y atrasado. En cierta medida lo era, pero los años de dominación francesa habían dado lugar a una cierta clase media que vivía en entornos urbanos y estaba desarrollando ya una cierta economía de servicios. En la capital vivían casi dos millones de personas que, tras la entrada de los jémeres en abril de 1975, empezaron a ser evacuadas de manera forzada al campo. Yo era un bebe de un año. La locura del hombre nuevo. El horror historicista de pensar que uno está obedeciendo una lógica de algo. Ese terrorífico marxismo de salón, tan francés, tal europeo, en las universidades continentales fumando mientras debate sobre el futuro de otros seres humanos. Como en tantas otras ocasiones, el genocida era un hijo de buena familia, que vivió seis años en Europa. Después vino el horror durante cuatro años: llevar gafas era sinónimo de intelectualismo y valía una condena a muerte. Ser zurdo. Saber idiomas. Piense lector, casi un tercio de la población esclavizada y ejecutada en cuatro años. Imagine la muerte de quince millones de españoles en poco tiempo, fruto del designio feroz de un gobierno. Esa miseria del historicismo de la que habló Popper. Esa consideración de que si la verdad está en la izquierda y el resto somos imbéciles, habrá que actuar en consecuencia….
Que lejano nos queda todo ahora. Como gran parte de los genocidios de la izquierda en general y del comunismo en particular, una bruma de olvido se levantó sobre los crímenes de Pol Pot. Ahora llega la oportunidad al menos simbólica de la justicia. Espero que así sea…
PS: Pedro G Cuartango acababa su brillante columna del mundo de ayer así: "El PSOE ha sufrido un varapalo electoral tras llevar a este país a una crisis política, social y económica sin precedentes. Pero nadie dimite en sus filas ni siente la necesidad de hacer autocrítica ni asume la menor responsabilidad porque, como dice Peces-Barba, los que votan al PP son tontos. Ya pueden ir tranquilos de derrota en derrota los cuadros socialistas porque la culpa la tienen siempre los otros".