Es la fiesta de mayo. Aquí se celebra la Virgen del Rosario. Este año, de nuevo, el mayordomo vuelve a ser mi padre. Me acerqué por la Iglesia mientras eran los preparativos a hacer algunas fotos. Hay tres retablos. El posible que de la nave lateral izquierda no sea de aquí y proceda, como tantas otras leyendas, del legendario San Pedro del Villa de Pobladura, el pueblo que desapareció hace cientos de años. El San Pedro que lo preside, con las llaves de la puerta del cielo, es uno de los indicios. El retablo central, con columnas salomónicas, fue restaurado hará unos veinte años. A su lado, San Amaro, otro de los patrones del pueblo. Y la Virgen del Rosario y la Virgen de los Dolores, a la que se encomendaban los curas y los hombres piadosos como Tomás Arias a mediados del siglo XIX.
Arriba del todo, en el retablo central, está la santa que da nombre al pueblo. Apenas se la ve desde abajo, y el hecho además de no ser la patrona la ha ido eclipsando con el paso de los inviernos. Cuando uno se fija bien, se da cuenta de que lleva la palma del martirio bien visible en la mano. Hay dos santas con su nombre, una francesa y una cordobesa y las dos fueron mártires. Una, la franca, lo fue en el siglo VI y la otra, la cristiana mozárabe, del IX. Las dos pudieron haberle dado nombre a este pueblo. Pudo haber sido la francesa, claro, y así lo han pensado eruditos como Manoluá, que siempre han defendido la presencia franca en esta zona desde muy antiguo, borgoñones que trajeron consigo, entre otras cosas, la mostaza como herramienta de trabajo. Pudo haber sido, claro, la cordobesa, porque hay quienes opinan, como yo, que el pueblo fue fundado por refugiados mozárabes que huían de la Córdoba de la alianza de civilizaciones durante el reinado de Alfonso III el Magno. Aquellas santas y vírgenes suicidas, seducidas por San Eulogio. Una muerte horrible. Unos familares que huyen. Al norte, a las tierras de Dios, lejos del horror del islam. Y llegan aquí. Y cerquita de Avitiello, probablemente el núcleo fundacional, deciden fundar un pueblo, al lado de unos que trabajan el cobre y que han fundado otro poblamiento. Y como recuerdan a Colomba, probable familia lejana de alguno de ellos, hermana de la abuela de uno, tía de la abuela de otro, prima lejana de varios, deciden darle su nombre al pueblo que van a habitar.
PS: Fue García Márquez el que no recordó una vez que muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".