Almuerzo con el soviet ripense. Mi siempre lúcido sanes y su jefa, concejala allí. Tengo cierta debilidad, he de confesarlo, por cierta tropa de izquierda unida; gente que hace política sabiendo que en Madrid, gracias a dios, nunca pasarán de ser una minoría pero que aún así, están a las duras y a las maduras. Los modelos de ciudad, si es que los hay, nos llevan una parte importante del almuerzo. Mi postura, siempre tan liberal, de que las ciudades crecen por encima de la mente de los urbanistas, de los planificadores. Hay algo caótico en la ciudad que la convierte, al revés de espacios como el de la mi Sanabria, en un espacio fascinante para vivir y para tejerse en él uno mismo. Porque no todo es planificable. Porque no lo dominamos todo. Y qué libres nos hace el aire de la ciudad (anónimos, sin más control que el de nuestra conciencia, sin más vigilancia que la de uno mismo) y qué hermoso es pasear siendo uno un completo desconocido.
Se nos va el postre con el bajo nivel de los políticos en nuestro país. Aquí vuelvo sobre lo de siempre; no es malo en sí mismo que la gente más brillante de un país esté en los negocios y no en la política. Allí, en los negocios, se crea riqueza, aquí, en la política, se puede destruir. Hablamos de esa especie de Diputación con ínfulas que es la supuesta Asamblea de Madrid, donde sanes penó unos años.
Mi extraña relación con la política. Siempre fascinado con ella. Siempre temeroso de entrar en ella.
En un rato, al teatro.
PS: "Mi idea es que [Alemania] no era un país tan civilizado como se creía, porque las ciudades fuera del Mediterráneo solo tienen cinco siglos de antigüedad y la civilización sólo se alcanza con la ciudad". Racionero, Luis: El progreso decadente. Repaso al siglo XX. Espasa, Madrid, 2000. Página 64