La sociedad no se detiene. Y de repente, el pueblo no espera a su
Ayuntamiento. Un Ayuntamiento sin dinero, en el que nadie cobra, pero en el que
los recursos son cada vez más escasos. Y se toca a concejo, como aquí se hizo siempre, y la gente, la que quiere, los que
tienen un cierto espíritu de ciudadanía, acude con hoces, con azadas y con lo que tienen a mano. Y bajan hasta la llama. Un comunal de
los vecinos, aunque figure a nombre del Ayuntamiento. Y se dedican a limpiarlo.
Y pagan el cemento entre todos, y la mano de obra. Y vuelven a abrir el camino
a una fuente de agua azufrosa que aquí todos conocemos como Cheirona, la fuente que huele mal. Y lo dejan limpio. Y transitable. Y el
hombre gana otra partida a la naturaleza, una
naturaleza inmisericorde que se iba comiendo el trabajo de muchos hombres que
habían conseguido generar allí un manantial.
Y
de nuevo es posible acercarse al pueblo de los que trabajan
el cobre para, sin
entrar, sin molestar, sin ser visto, sentarnos
la vera de una fuente a leer un rato.
La
vida era también este verano.