El libro de Sebastian.
La necesidad de no dejarse llevar por los prejuicios, la obligación ética de no
perder nunca de vista que las personas son únicas. […] “todos los juicios globales sobre una
categoría de personas me aterran. Yo no soy ningún místico. Las verdades
generales me dan horror. Sólo puedo juzgar caso por caso, hombre por hombre,
matiz por matiz”.
Y sin embargo, es una
lucha difícil. Siempre perdemos. Es difícil mantener la sensatez en un mundo
tan complejo. El autor lo reconoce: “He jugado mucho en el tablero de la lucidez y he perdido.
Habrán de acostumbrarse mis ojos a la oscuridad que está cayendo
[…]”
PS: ayer, predicación.
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