Hay que leer. Lee más y habla menos, así acababan, cuando yo era niño, algunas discusiones entre los viejos de mi pueblo. He aprovechado la gripe vacacional para leer, casi de un tirón, el número 326-327 de la Revista de Occidente, dedicado a 1808. Es verdad que es complicado leer. Y que es aún más complicado leer ensayo. Pero hay que hacerlo. Hay que forzarse. No hay otra manera de conocer.
Introducción de Manuel Lucena, doctrina contra fracasólogos, recado para los deterministas perennes (y contra los ocasionales, entre los que me cuento) que parecen acercarse al pasado y presente de España con la lapidaria sentencia de Sagasta (Yo no sé dónde vamos; pero sí sé que doquiera que vayamos, perderemos nuestro camino) acincelada en el dintel de su puerta.
García de Cortázar, quizá una de las prosas más hermosas de la historiografía en español, explica las razones de un bicentenario. Frenando la euforia de la progresía a la violeta, encuadra la invasión francesa, en palabras del propio Napoleón (ya saben, el primer loco que se creyó Napoleón), ya derrotado, en Santa Elena “la inmoralidad debió de mostrarse de manera demasiado patente, la injusticia de manera demasiado cínica”. Para que luego venga la presunta vicepresidenta regalando el libro de Artola sobre los afrancesados. Hay que joderse.
Ricardo García Cárcel explica en su artículo los mitos sobre la guerra, un tema que ya trabajó magníficamente Pepe Álvarez Junco en su Mater Dolorosa. Malas noticias para los catalanes catalanistas. Lo de la “guerra del francés” es otro invento de finales del XIX y principios del XX. En 1861 Blanch publicaba “Historia de la guerra de independencia en el antiguo principado” y nada menos que en 1887 Antoni Bufarull publicaba “Historia crítica de la guerra de la independencia en Cataluña”. Muy interesante, al menos para mi incultura, el trabajo de Eva Botella a cuenta de la tradición de la decadencia española. La autora, profesora de la Autónoma, esboza cómo en la Inglaterra de la segunda mitad del XVII se va construyendo una narrativa relativa al atraso español para legitimar las conquistas que están intentado llevar a cabo en el Caribe, así como el papel que John Locke jugó en la construcción de dicha ideología. Quizá es lo más novedoso del monográfico, al menos desde mi punto de vista.
Cuenca Toribio, en un artículo plagado de cultismos (hodierno, husma y acezante en dos líneas, ahí es nada), incide en la importancia de la religión en el levantamiento popular que se extiende por España en la primavera y verano de 1808.
Portillo Valdés, en otro artículo muy interesante, destaca el papel que juegan los pueblos (las villas y ciudades de la Corona) en el tránsito de Monarquía Hispánica a Nación española. Y otro viaje al sector progre-francés. Un acertado recuerdo al artículo 124 de la Carta de Bayona, esa que hubiera traído luces y progreso a España: quedaba establecida con rango constitucional una alianza permanente, y lógicamente subordinada, a Francia. Con esa política exterior han estado soñando desde entonces los socialdemócratas españoles.
El último artículo de la serie, del profesor Posada Carbó es otra delicia sorprendente. El vigor que el proceso electoral, obligado en el marco de las Cortes gaditanas, tuvo en los territorios americanos de la Monarquía hispánica, frente a lo que se ha pensado siempre. El movimiento otorgó derechos políticos a una parte importante de la población, más numerosa porcentualmente sin duda que lo que ocurría en aquellos momentos en la Gran Bretaña o los Estados Unidos. Y de aquel aprendizaje acelerado se derivaron muchos de los problemas posteriores. Ya sé que es más fácil culpar a la raíz española de aquellos pueblos, pero a veces la realidad es más complicada…
No le cuento más, desocupado lector, pero le animo a que se acerque al número (si todo va bien, puede que en unos meses le anime a asomarse a la misma revista por otros motivos ;-))
Todo por doce euros, oiga usted.
Y aún dicen que el pescado es caro.
PS: “En las civilizaciones cristianas, donde han sobreabundado los predicadores, persiste todavía un cierto horror al libro. Horror, no temor reverencial, que nada tiene que ver con los grados de analfabetismo. Casi todas las lenguas de occidente poseen un adjetivo equivalente al español libresco, cebado con una marcada connotación peyorativa".
El prejuicio antilibresco envía el libro al orden la muerte: la letra mata, la voz vivifica.”
Juaristi, Jon: “Libresco” en Juaristi, Jon: Sermo Humilis (Poesía y poética). Diputación de Granada, Granada, 1999. Página 43.