De un lado, una mujer albanesa. De Tirana. Habla un castellano complejo, trufado de italianismos. Un país pequeño. Aislado. “Todo el mundo está equivocado, -me cuenta que les decían en la escuela- menos nuestro lider el camarada Hoxa”. El horror de los intelectuales que buscan construir el hombre nuevo a costa del sufrimiento de miles de seres humanos anóminos.
Del otro lado, una pareja. Militantes. Jóvenes. El golpe en Chile los envió a un campo de concentración. Dos años. Fueron saliendo de allí por la presión internacional. Los expatriaron por orden alfabético. Les tocó Suecia. Fue una suerte, porque a algunos les tocó Rumanía. Una vida nueva. Hijos suecos en vez de chilenos. La nostalgia. La vuelta, pero ya nada es igual. La ideología vuelve a condicionar tu vida y gestiona el hecho de que tus nietos sean suecos. Y una enfermedad. Y unas personas buenas. Y generosas.
El horror de las ideologías. La importancia de ser capaz de distinguir entre un ser humano y lo que piensa. La posibilidad de construir relaciones humanas más allá de la consigna, de la radio y del periódico.
La importancia de haber de descubierto, cuando llega el momento clave, aquello de que ahora que han ganado los míos, ya no sé si soy de los nuestros.
Mañana, en las campas castellanas de Toro, nos juntaremos gentuza de diverso pelaje: rojos, conservadores, lanas, conversadores, liberales, fachas, socialdemócratas aburguesados, anarquistas…
La tinta de Toro, que une.
PD: físicamente agotado. Pero agotado de cojones.