Madrugamos para volar a Jerez de la Frontera. Cuando aterrizamos, descubrimos que un autobús de la Junta de Andalucía te deja en el centro del pueblo por noventa y cinco céntimos. Lo tomamos. En el fondo, es una forma de desgravarnos impuestos. Nos alojamos en el Barceló Jerez, ubicado en lo que un día fue el convento de María Auxiliadora. Bien situado, a un paso del casco histórico. Dejamos las cosas y salimos a ver la ciudad. Tras algún problema para recoger el coche de alquiler (es la tercera vez en tres ocasiones que tengo problemas con avis. Magnífico), nos acercamos a la Oficina de Turismo. Es sábado y todo cierra a las dos. Casi mejor, así podemos perdernos por el casco sin cargo de conciencia. A la hora del almuerzo nos dirigimos, recomendaciones del señor Giner, a La Cruz Blanca. Presa con jamón ibérico sobre salmorejo templado. Delicioso. Con lo que no puedo es con la palomino fino. Si el ¿vino? blanco me dice poco, el Barbadillo hecho con palomino fino no me sabe a nada. Seguimos de paseo, sin rumbo, por Jerez. Tantos años después, la muerte de Juan Holgado sigue flotando sobre la ciudad. Pintadas en los muros recuerdan su muerte.
Los sindicatos claman contra el "terrorismo laboral" del Ayuntamiento colgando una pancarta de un local que imagino cedido por el propio alcalde. Banalizar las palabras es el primer paso para que pierdan valor los hechos. Sabrán estos lo que es terrorismo. Nos recogemos, reventados, un rato en el hotel, para coger fuerzas para la cena. Leemos. Ha caído la noche cuando salimos a recorrer la ciudad en un autobús turístico. La guía no tiene empacho en mentir a cada paso ("Jerez, con 210.000 habitantes, es la tercera ciudad más grande de España"). Habla, además, mal. Algún sujeto no le concuerda con el predicado pero le da igual. Usa sustantivos erróneamente. No tiene más de veinticinco años. Estudió en democracia y se ha tragado ya la primera y la segunda modernización de Andalucía. Esta es la España del Informe Pisa, en directo.
Finalmente nos vamos a dormir. Fascinante Jerez, con sus casas, tan lejanas de las mías, con sus bares, tan lejanos de los míos, con su sol de invierno...
PS: Cuando le preguntaron a Ortega qué le parecía Salazar, contestó: "Bien, muy bien, no se puede gobernar mejor a ocho millones de difuntos". Citado por Gregorio Morán, de las Memorias de Julian Marías, en El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo. Tusquets, Barcelona, 2002. Página 84