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30.12.07

Jerez

Deslumbra el sur. Sobre todo a los castellanos, tan austeros, tan adustos. 

Madrugamos para volar a Jerez de la Frontera. Cuando aterrizamos, descubrimos que un autobús de la Junta de Andalucía te deja en el centro del pueblo por noventa y cinco céntimos. Lo tomamos. En el fondo, es una forma de desgravarnos impuestos. Nos alojamos en el Barceló Jerez, ubicado en lo que un día fue el convento de María Auxiliadora. Bien situado, a un paso del casco histórico. Dejamos las cosas y salimos a ver la ciudad. Tras algún problema para recoger el coche de alquiler (es la tercera vez en tres ocasiones que tengo problemas con avis. Magnífico), nos acercamos a la Oficina de Turismo. Es sábado y todo cierra a las dos. Casi mejor, así podemos perdernos por el casco sin cargo de conciencia. A la hora del almuerzo nos dirigimos, recomendaciones del señor Giner, a La Cruz Blanca. Presa con jamón ibérico sobre salmorejo templado. Delicioso. Con lo que no puedo es con la palomino fino. Si el ¿vino? blanco me dice poco, el Barbadillo hecho con palomino fino no me sabe a nada. Seguimos de paseo, sin rumbo, por Jerez. Tantos años después, la muerte de Juan Holgado sigue flotando sobre la ciudad. Pintadas en los muros recuerdan su muerte. 
Los sindicatos claman contra el "terrorismo laboral" del Ayuntamiento colgando una pancarta de un local que imagino cedido por el propio alcalde. Banalizar las palabras es el primer paso para que pierdan valor los hechos. Sabrán estos lo que es terrorismo. Nos recogemos, reventados, un rato en el hotel, para coger fuerzas para la cena. Leemos. Ha caído la noche cuando salimos a recorrer la ciudad en un autobús turístico. La guía no tiene empacho en mentir a cada paso ("Jerez, con 210.000 habitantes, es la tercera ciudad más grande de España"). Habla, además, mal. Algún sujeto no le concuerda con el predicado pero le da igual. Usa sustantivos erróneamente. No tiene más de veinticinco años. Estudió en democracia y se ha tragado ya la primera y la segunda modernización de Andalucía. Esta es la España del Informe Pisa, en directo.

Finalmente nos vamos a dormir. Fascinante Jerez, con sus casas, tan lejanas de las mías, con sus bares, tan lejanos de los míos, con su sol de invierno...

PS: Cuando le preguntaron a Ortega qué le parecía Salazar, contestó: "Bien, muy bien, no se puede gobernar mejor a ocho millones de difuntos". Citado por Gregorio Morán, de las Memorias de Julian Marías, en El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo. Tusquets, Barcelona, 2002. Página 84

6.3.07

Sábado día 4

Nos levantamos temprano. En la Plaza de Figueira compramos un billete que nos permitirá viajar todo el día en transporte público. Tomamos el tranvía hasta la torre de Belem. Por el camino, el puente del 25 de abril, construido bajo el salazarismo. Las dictaduras, tan amantes de la ingeniería. La televisión portuguesa está haciendo un concurso para elegir al portugués más importante. Entre los finalistas está el dictador. Algo imposible en la España de hoy respecto del general Franco. Llegamos a la Torre de Belem. La perspectiva actual no ayuda a comprender su función (torre defensiva dentro del tajo), pero aun así es un monumento magnífico. La vista sobre el estuario del río en un día gris como este es espectacular. Sigue habiendo turistas españoles. Ahora son casi todos catalanes. Gritones y ruidosos. Tanto luchar por diferenciarse de nosotros para acabar dando la misma imagen que el resto de los españoles en el extranjero. Nos acercamos dando un paseo hasta el monumento a los descubridores. Las dictaduras tienen todas una estética similar. El monumento es bonito, y permite una vista aún mejor sobre el estuario del río, pero no supera, creo yo, a la torre de Belem. Toda esta retórica patriotera tan habitual en las dictaduras ibéricas, cronológicamente fuera de su tiempo y estéticamente bastante pobre.

Como no tenemos prisa, alteramos los planes sobre la marcha y comemos a los pies de los descubridores, en el Restaurante Ja Sei. Jimena y yo compartimos una de las mejores doradas que he comido en años. Los camareros son muy amables. Uno de ellos ha estado varias veces en Barcelona y nos habla de España con cierta admiración. En el restaurante hay varios catalanes. Tras almorzar, nos acercamos a los Jerónimos. El claustro del monasterio me deja, literalmente boquiabierto. Estilo manuelino en todo su esplendor. La grandeza de una época. Hay una exposición sobre la trayectoria del monasterio. Curioso. Para la historiografía oficial portuguesa, los años que van desde las Cortes de Tomar hasta el primero de diciembre son “dominio de los reyes de España sobre Portugal”. El nacionalismo hecho ciencia. El sebastianismo como un eje del imaginario colectivo portugués.

Nuestro paseo continua. Vamos ahora hacia el Chiado. Se nota que, tras el incendio, el barrio ha sido reconstruido, ya que las casas presentan mejor aspecto exterior que en el resto de la ciudad. Tiene Lisboa un aire decadente que la hermana con Porto. Ciudades lánguidas, siempre a la espera de un Sebastián que las despierte y las vengue. Ahora toca un café. Cae la tarde. En breve cenamos; presunto y lulas. Volvemos a estar cansados. Ese oporto nocturno tendrá que esperar. Bajando Garret entramos en la librería Bertrand, la más antigua de Portugal. Como tenemos mucho vicio, damos una vuelta. Jimena adquiere, en portugués, La creación del mundo, de Miguel Torga. Pero los dependientes saben poco de literatura. Otra parada en la FNAC, que nos pilla de camino al hotel. En la habitación, ponemos el canal internacional de TVE, pero su programación es una invitación a la reflexión y la meditación. Apagamos enseguida la tele. Mañana dudamos entre ir al Gulbenkian o acercarnos a Sintra.