Hace tiempo que miro los asuntos de la política catalana con el interés del entomólogo. Lo demás me da igual, la verdad. En muchos aspectos, hace tiempo que no me siento connacional de los ciudadanos avecindados en aquella Comunidad Autónoma y la verdad es que creo que no soy yo el que sale perdiendo. Si no fuera por los derechos individuales que se conculcan, hasta me parecería divertido que erradicaran el castellano de la enseñanza. Menos competencia en el futuro.
En fin, de vez cuando, consiguen sorprenderme. No fue sólo aquella repugnante foto de los ¿periodistas? Brindando con champán cuando la clase política muñió este bodrio de Estatuto evidentemente inconstitucional y absolutamente desleal con el resto de los españoles. Ahora, van y firman un editorial conjunto, arrogándose la representación del territorio (los catalanes piensan), como si el territorio fuera atacado (en defensa de Cataluña), como si esto fuera la España franquista, la de las adhesiones inquebrantables.
Es patético. La misión de la prensa en el mundo libre siempre fue vigilar al gobierno. Sospechar de él. Controlarlo. Denunciarlo. Pues mire, lector, hay una parte de Europa donde la prensa no se dedica a esto. Se dedica a cobrar del erario, a mirar para otro lado cuando el poder abusa y a sonreír de manera sistemática a la clase política más putrefacta del continente.
Debería darme pena, pero en realidad me da igual, no se lo voy a esconder.
Que se jodan.
PS: "En un país tan ordenado como Cataluña todo el mundo tiene su papel. Y el papel de la sociedad civil es el de impulsar las iniciativas que la clase política no se siente con ánimo de impulsar. En otras palabras: a la sociedad civil le corresponde el trabajo sucio, el que los políticos no quieren asumir".
Pericay, Xavier: Filología catalana. Memorias de un disidente. Barataria, Barcelona, 2009. Página 183