La crisis más profunda que padecemos no es tanto una crisis económica como una crisis moral. No creo que sea algo exclusivo de España; el mundo occidental va declinando y no sabemos bien a qué agarrarnos ya. Hace tiempo que olvidamos (si es que alguna vez lo supimos) que las personas que están en la vida pública han de ser ejemplos de transparencia y de determinadas virtudes (honradez, esfuerzo, integridad, inteligencia) para que, con su conducta, ayuden a crear ciudadanía entre los individuos. Nada de eso ocurre hoy en España. Nadie en su sano juicio considera que el tal Bono sea un ejemplo de virtud, o que el tal Camps sea ejemplo en general de algo positivo. A la cosa pública se va a servir y a ayudar a construir ciudadanía. Nada más. Tampoco nada menos. A lo que está claro que no se va (o no se debería ir) es a descalificar sistemáticamente al adversario, a negar la realidad por sistema o a considerar bobos a los votantes, propios o ajenos.
Todo se perdió hace tiempo, y lo perdieron todos, la verdad, los tirios y los troyanos. Los políticos son en esto una casta, especialmente repugnante, que vive de privilegios que están vetados al resto. No tiene ningún sentido, ni ninguna lógica, el régimen de pensiones de un miembro de las Cortes Generales. No tiene ningún sentido que a un presidente autonómico no se le multe cuando se le caza cometiendo un delito contra la seguridad vial. Nada de esto tiene en general sentido. Tanto ruido, ruido negro además, de la gente que debería darnos ejemplo.
Así no vamos a ningún sitio. Mientras la gente virtuosa no se dedique a la cosa pública, estamos bastante jodidos. Triunfa la mediocridad y, como decía Azaña, las leyes son cosa de juego y el fabricarlas una diversión. Y en esto Zapatero es sólo una consecuencia. Sólo un sistema de selección de élites tan podrido como este permite que un petimetre como él llegue a dónde ha llegado.
PS: [Describiendo el final de la Iª República] Ángel Ossorio y Gallardo […] apostilló: “Pavía hizo disparar unos tiros al aire y aquellos ministros y diputados que habían jurado morir en el recinto, echaron a correr. Ni una muerte, ni una herida, ni un rasguño, ni una contusión, ni un cardenal. La República, que había podido morir en la tragedia o en la anarquía, prefiero morir en el ridículo.”
Citado por Borràs Betriu, Rafael: La guerra de los Planetas. Memorias de un editor. Ediciones B, Barcelona, 2005. Página 531
PS: de camino a Mérida