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29.5.13

De las patrias, que hablábamos ayer...

Todas las dictaduras son repugnantes. Desde un aspecto moral. Como recuerda Robert D. Kaplan, ninguna produce ciudadanía, todas producen servidumbre. Luego podemos entrar a discutir si algunas de ellas, al menos, han generado una clase media y cierto desarrollo económico o si, por el contrario, no han originado más que miseria.

La dictadura franquista. Un régimen militar que se disfrazó de fascista al inicio y que no fue, durante el resto de su trayectoria, más que un gobierno autoritario anclado en la premodernidad.  Sus defensores, que los hay, siempre acaban recurriendo a la honradez de los militares, frente a la molicie corrupta de la decadente democracia liberal. Pero no hay mito que cien años dure. En general, los relatos de la honradez de una dictadura son siempre pura invención. Pinochet se hizo rico gobernando Chile como un cortijo, al igual que los Kim se han hecho dueños de Corea y los Obiangde Guinea.

Ahora sabemos que el servicio secreto británico pagó a los honradísimos, cristianísimos y españolísimos generales franquistas para doblegar su voluntad. Aquella gentuza decidió que no entraríamos en la guerra no por el interés de España, sino por el de sus bolsillos. Mi padre, aquellos años, marchaba a cavar un túnel en Requejo, con apenas catorce años...


La patria, todas las patrias, han sido siempre el último refugio de los canallas.

14.6.12

El pasado como representación (encuentros de otro tiempo)


Entro en la tienda. Hay cola. Me ve. Hombre, cómo estás, se dirige a la dependiente, ¿Sabes quién es?, le pregunta: O nieto de Paco o de Manuel, dice ella. Estamos en Madrid. Una ciudad de más de tres millones de habitantes. Pero en algunos lugares, pocos y estratégicos, la ciudad se transforma en la Sanabria de los años cincuenta. Y entonces una de los vicentines (re)conoce a uno de los ferreteros del Mercado.  Se saludan con cordialidad. Compra, paga y sale de la tienda. Entonces Madrid vuelve a ser una urbe anónima.

Hay un mundo que ya se va en cada uno de los gestos de (re)encuentro que se da en este Madrid cuyo cielo es el mar de Lisboa. Y se va, lo sé, porque nadie hablará ya de nosotros cuando aquí todo sea ciudad y no queden lugares donde viajar en el tiempo. Lugares donde volver a ver a mi abuelo, montado en su moto, bajando al Mercado a abrir la tienda, que se hace tarde ya...


PS: Martin Schifino  escribió una vez en la llorada Revista de libros: “[…] a salvo de aquello que Henry James le criticaba a la ficción histórica: la ingenuidad de creer que «lo real» puede capturarse sólo mediante «los pequeños hechos que se consiguen en pinturas, documentos y reliquias». Lo real, por definición, es lo que se escapa. James consideraba imposible, también, «la representación de la antigua consciencia, el alma, la percepción, el horizonte, la visión de individuos en cuyas mentes no existía la mitad de las cosas que constituyen las nuestras». […]  El pasado, dice, es un país extranjero, […].  Nunca seremos en él más que turistas”.

6.5.10

Reflexiones algo premodernas

Ya tengo escrito por ahí la sorpresa que me llevé cuando, trabajando en un Ayuntamiento de tamaño medio, me explicaron cómo se organizaban las fiestas dizque del pueblo: la Administración diseñaba y la Administración pagaba. Para mí, que venía y vengo del pueblo, de La Raya, el choque fue brutal; para que se haga una idea desocupado lector en mi zona, el Ayuntamiento paga, como máximo, el 1% del coste total de la fiesta.

Viene esto a cuenta de que mañana marcho de nuevo a la Sanabria. Son las fiestas de mayo de mi pueblo. En honor, creo, de la Virgen del Rosario. Como ocurre habitualmente, varios amigos están en la Comisión de Fiestas de este año, a lo que hay que sumar que, además, mi hermana también está también de organizadora, así que no diré más.

Volvemos, volvemos todos cada año, a matar la nostalgia, a disfrutar de la primavera, a pasear por nuestra pequeña comunidad, tan premoderna, tan arcaica, tan hermosa… Volvemos, volvemos para quitarnos, en mi caso, el disfraz de consultor y convertirnos, por una horas, en el hijo de tal o en el nieto de cual: sin traje, sin portátil, solo con lo que uno es y con lo que uno hace.

Así que allí estaré, disfrutando del vermú, de la chocolatada y de los buenos amigos. Y si las fuerzas me acompañan, aprovecharé el domingo para degustar setas en el Parador.

Y, en fin, ya puestos, también les adelanto, ahora que me acabo de mudar, que si me quieren buscar cada año del resto de mi vida la tercera semana de agosto, es muy posible que me encuentren también en mi pueblo. Las fiestas de agosto. No las cambiaré. Nunca. Por nada. Ni, desde luego, por nadie. Es lo que hay.

Fiesta, amigos y pueblo: no me dirán que no es buen plan para este fin de semana

Aunque estén las cajas aún sin deshacer en casa.


PS: Mis amigos de las tierras altas que pasaron su infancia lejos de su aldea para forjarse una educación descubrieron al volver a ella que no estaban capacitados para cultivar los huertos de la familia, ya que habían perdido las oportunidades de dominar un inmenso cuerpo de conocimiento complejo.

Diamond, Jared: Colapso, por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen. Barcelona, Círculo de Lectores, 2006. Página 372.

8.12.08

Hace tantos años

El martes 25 de enero de 1842, el jefe político de la provincia de Zamora, publicaba una Circular en el Boletín Oficial de la Provincia de Zamora en la que recuerda a los alcaldes de la provincia una serie de normas, de las cuáles transcribo el literal de los dos primeras:
1. “A nadie le es permitido transitar sin el correspondiente pasaporte fuera del radio de ocho leguas del punto en que se halle avecindado, así como en el círculo de estas no podrá verificarlo tampoco sin el oportuno pase".
2. "El que fuere hallado sin este requisito será detenido hasta averiguar su procedencia, conducta moral y política, motivo de su viaje y de no hallarse debidamente garantida su persona"
.

Y yo pienso, qué país aquel, que todavía a las puertas del Estado moderno, exigía a sus ciudadanos que justificaran con pasaporte cualquier viaje a ocho leguas de su residencia. Y pienso, también, cuánto disfrutarían nuestros políticos, y nuestra morralla antiglobalizadora, bañados todas en la melancolía del mundo rural, si a estas alturas de la historia se pudieran firmar disposiciones administrativas como esa…

PS: El nacimiento de la ciudad moderna fue también el nacimiento del campo como melancolía. El hombre […] añora algo. Algo que no ha conocido y de lo que en la mayor parte de los casos no ha tenido experiencia directa. La ciudad ha traído al hombre moderno una radical añoranza de origen.
Espada, Arcadi:
Ebro/Orbe. Tentadero, Barcelona, 2007. Página 192.