Me persigue una especia de maldición con Historias de la edad de oro. Segundo intento de verla. Fallido de nueva. Esta vez, por un problema con los horarios. No nos arredramos y entramos a ver Animal Kingdom, del australiano David Michôd, y ganadora del último Sundance. Un buen thriller. Me gustan, además, las películas en las que la ciudad es otra protagonista. En este caso, Melbourne. Corrupción policial, trapicheos con droga. Una familia de criminales. Y un ambiente lento pero que no llega a hacerse pesado. Atardeceres, crímenes. Ni negro del todo ni del todo blanco, como hubiera cantado Fito si hubiera hecho la banda sonora de la película. Y en medio de todo ello, un adolescente perdido y desorientado. Me decía el Coronel al salir que bien, pero que el adolescente, encarnado por un tal Frecheville, era el tío más inexpresivo que había visto en años. Y estoy de acuerdo, pero luego, repasando un poco la peli, creo que olvidamos que la adolescencia es una época jodida, y que quizá esa inexpresividad le vaya bien al personaje, que entra a toda velocidad en un mundo cuyos códigos ignora. Fantástica la abuela, por cierto, interpretada por Jacki Weaver: la mujer de raza que mantiene en pie el imperio criminal y luego se enfada con sus hijos porque no le dan un beso. La matriarca dispuesta a sacrificarlo todo por el bienestar de la familia. Códigos premodernos en el occidente del siglo XXI. Ese mundo que ha ido desapareciendo y que, lo pienso ahora, sólo sobrevive en los pueblos y en los criminales. Poética mezcla, difícil de explicar para quien, para su desgracia, no pertenezca al primero de estos mundos.
Me gustó. Y es que a veces llega uno al buen cine por azar.
Se puede ver el tráiler, subtitulado en cristiano, pinchando aquí. De res.
PS: Desde este viernes y hasta el domingo 13 de febrero, Jornadas Gastronómicas de la Caza en el Mesón Sanabria, en la mi tierra sanabresa. Es buena excusa para acercarnos, por fin, a la Sanabria, ¿verdad?.