16.1.11

Un rumor, en medio de la niebla

Hace mucho que me hace gracia El Empalme.

No sólo su estética, solitaria en medio de un cruce de caminos entre dos carreteras que, lo supimos más tarde, no van en realidad a ningún sitio.

No sólo el carácter, agrio, adusto, castellano, de los dueños.

No sólo la fantástica comida: esas codornices con ciruelas.

No sólo las setas, las setas zamoranas.

No sólo los postres.

Hay algo más, como en todos los sitios en los que uno se siente como en casa. Voy viendo con los años que, además, a los sitios ha de acompañarlos un cierto glamour. Ya saben, uno pasa del Marca al Mundo y no se da cuenta de que hay que tener algo de Telva para poder disfrutar de muchos pequeños placeres de la vida.

Estas navidades descubrí otro aspecto, le contaba. Un aspecto mítico, a sumar a tantos otros en un sitio que se va construyendo entre leyendas. Algún día les contaré lo de Cascos, pero esto es aún mejor.

Les decía, me lo contaron estas pasadas fiestas: La Casa de Alba tiene mesa reservada a diario en El Empalme.

La Casa de Alba, nada menos. Aunque en su origen fueran unos advenedizos, titulados por aquel rey bastardo y traidor que fue el tal Enrique, los años hicieron de su Casa la Casa por excelencia.

Y tienen mesa reservada, siempre, en El Empalme.

Me encanta.

PS: "El decadente es una persona atrapada entre dos tendencias opuestas y aparentemente incompatibles: de una parte, el mundo, sus necesidades, las impresiones atractivas que recibe de él; de otra, el inmortal anhelo, el deseo hacia lo eterno, ideal, fuera de este mundo. Tal es el dilema del decadente, y la incompatibilidad de ambas tendencias produce las notas de desilusión, frustración y apatía características del decadente".

Racionero, Luis: El progreso decadente. Repaso al siglo XX. Espasa, Madrid, 2000. Página 21

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