Hay algo de Torga en Mihail Sebastian. Más allá del pseudónimo. Hay un
tipo humano que sólo se genera cuando la identidad es difusa. Cuando uno es un hombre de frontera. O un hombre del Danubio. Ahí está la relación
con los antepasados. El mundo que nos separa de ellos. Un mundo que en los
límites son aún más cambiantes. Escribe Sebastian en su libro en relación a su abuelo
materno, y yo podría haberlo escrito también sobre los míos, hoy que es agosto
y estoy en Sanabria, rodeado de viejos amigos…
“Entre él y yo hay por lo menos
setenta años de vida y veinte de muerte. Quizás más, muchos más. Él vivía en la
Edad Media y yo vivo hoy, nos separan unos cuantos siglos. Leo libros distintos
de los que leía él, voy con gentes distintas, tengo otras inquietudes y, sin
embargo, hoy me siento su nieto más que nunca, descendiente de su incurable
melancolía”
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