26.4.11

Profundizando en La Casa del Barrio

Era Semana Santa, llovía y estábamos leyendo. En casa. Desde el ventanal del salón se veía el verde de la pradera, tan british, que ha ido forjando mi carácter. Mi padre volvió a hablarme de La Casa del Barrio. La legendaria Casa del Barrio. Todo vino a cuenta de cómo está configurado ahora el barrio de la Iglesia en mi pueblo. Sus abuelos Paula, paterna, y Miguel, materno, eran hermanos, y venían los dos de La Casa del Barrio. Los dos, Paula y Miguel eran hijos de Isidro y Margarita. Mi padre no los conoció, ni a Isidro ni a Margarita. Se debieron de casar en torno a mediados de los años sesenta del siglo XIX. Era la España del ocaso ya de Isabel II, la reina de los tristes destinos, a punto de irse al destierro, y en aquella España dos de mis tatarabuelos se casaban. Es ley de vida. Los dos eran del pueblo. Tuvieron cuatro hijos, dos niños y dos niñas. Isidro, me cuenta mi padre, era tratante, iba a Galicia y bajaba a Castilla igualmente con el ganado. Sé que había muerto ya en 1903 pero no sé mucho más de él. Ni siquiera sé si era él del Barrio o lo era su mujer, Margarita. Sé que sus padres, los de Isidro, eran Manuel y María, que ya habían muerto en 1871. Isidro es mi tatarabuelo, para su padre Manuel el castellano no tiene ni siquiera nombre ya, tan lejano como nos queda.

Se casó, ya digo, con Margarita. Ella también era de este pueblo, el suyo y el mío, y era hija de Miguel San Román y de María Teresa Chimeno. De ellos no sé nada, y quizá ya nunca lo sepa.

De casados, vivían en La Casa del Barrio. Tuvieron, ya digo, cuatro hijos. El mayor debió de nacer en 1866 ó 1867, se llamaba Manuel y aquí todo el mundo lo conocía como el manolón. Casado con Manuela, tuvo cinco hijos. A varios de ellos no sólo los conocí, sino que llegué incluso a tratarlos con asiduidad. A la pequeña de ellos, la tía Margarita, la recuerdo mucho, sonriente, siempre que iba yo a comprar el periódico al Mercado, debió de morir hace dos o tres años. Manuel, el manolón, murió en 1955, aquí, en Santa Colomba.

El segundo de los hijos de Isidro y Margarita fue una niña. Paula, que debió de nacer en torno a 1869. Mi bisabuela. Se casó con Manuel, mi bisabuelo, que venía del Barrio del Franco, ese barrio misterioso que sigue existiendo en mi pueblo. Tuvieron cinco hijos. Ya les iré contando su historia, pero les adelanto que murió, sola, con un hijo desaparecido, en enero de 1939.

Hubo una tercera hija, Micaela, nacida el 21 de julio de 1871, casada con Juan Manuel. Tuvieron cuatro hijos, alguno de los cuáles emparentó también con mi familia años después.

Por fin, el cuarto hijo, Miguel. Miguelán. De abril del setenta y cinco. De la España de la Restauración monárquica. Ya les hablé de él. El hombre que murió ya anciano al caerse de la burra.

No queda ya nada de La Casa del Barrio. Los cuatro hijos se dispersaron por el pueblo. Tuvieron sus familias. Hijos, sobrinos, nietos: muchos de los cuáles ignoran que proceden de La Casa del Barrio. Memorias ya perdidas. El propio barrio que dio nombre a La Casa está ya casi vacío, apenas un par de vecinos en verano. Todas las casas vacías. Ahora que les voy poniendo nombre, las piedras cobran vida de nuevo, al menos para mí. Las cosas son lo que vemos de ellas. Y yo veo sus historias. Paseo por los castaños y me acerco a la Cortina cerrada del Barrio, lo único que mi padre conserva en aquel barrio de la que fue la casa de sus dos abuelos.

Me alejo caminando y vuelvo a casa. Voy dejando a mi espalda el que quizá sea el barrio más antiguo del pueblo. Otro barrio mítico de un pueblo legendario. Un pueblo, cada vez lo tengo más claro, pero sé que no podré probarlo, fundado por cordobeses que llegaron a la Sanabria huyendo del fanatismo hace poco más de mil años.


PS: José Emilio Pacheco escribió: “Consideramos algo natural / La extrañeza del mundo, su misterio. / El castigo y alivio de ser mortales, / El terrible milagro de estar vivos» («La extrañeza», Como la lluvia).

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