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8.5.23

El pasado y la identidad

Descubro a José Luis Peixoto en La Lectura. Me pongo con su Comida de domingo y me topo con este párrafo sobre la memoria y la muerte de un hombre: "El pasado tiene que probar constantemente su existencia. Lo que se ha olvidado y lo que no ha existido ocupan el mismo sitio. Hay mucha realidad paseándose por ahí, frágil, acarreada por una única persona. Si ese individuo desaparece, toda esa realidad se evapora sin remedio, no hay modo de recuperarla, es como si no hubiera existido."

Papá...


24.2.21

El golpe por fuera y por dentro

Yo era un niño. Nada más. Y apenas tengo un par de recuerdos. Estoy con mi madre, e imagino que con la mi hermana, en una mercería que hubo hasta hace pocos años en la esquina de abajo de la calle. Supongo que la señora tiene la radio puesta, deben de ser las seis y algo de la tarde. Inquietud en mi madre, que me coge de la mano. Golpe de Estado. No entiendo bien. Llegamos a casa, mi padre lo repite: Golpe de Estado. Se veía venir. Y en mi cabeza el concepto era un señor llamado Estado -debía de ser muy importante- al que alguien le había pegado un golpe. Poco más

La clave del golpe me la dio -muchos años después, pero no frente al pelotón de fusilamiento, Eduardo A. mientras cursábamos el master de Gestión Pública. Estábamos comiendo y debía de ser un 23F también. Nos contó que estaba haciendo el servicio militar en El Goloso -quizá fuera en otro sitio, han pasado veinte años- y que los formaron y les fueron dando instrucciones: todos a los carros y a posicionarse en arterias clave de la ciudad. Un capitán preguntó: "Mi general, y una vez allí, ¿qué hacemos?". Si un capitán preguntaba esto, es que el golpe no iba a triunfar.


16.3.13

Y las nietas, claro. También se reunieron las nietas...


Hacía frío y el día venía gris. Así es el invierno en la Sanabria. Con Nuestro Padre el Lago vigilándolo todo.  Como la lumbre estaba encendida, las amigas estaban a la mesa.

Allí estaban.
Estaba la nieta de Catalina, la bonariega que quizá oyó alguna vez hablar de Manuel Fernández, un sanabrés que murió en las minas en los años ochenta del siglo XIX.
Estaba la nieta de Mercedes Casanellas, una catalana hermosa y dulce, a la que imagino siempre rodeada de libros en una biblioteca señorial del Madrid de la postguerra.
Estaban también la nieta y la bisnieta de la señora Marieta, aquella mahoreña de leyenda, raptada una tarde de agosto, (y Lisboa resplandecía), por el que fue su marido. (Hay veces en la vida en las opciones en la vida se limitan al rapto o la huida).
Estaban también la nieta las bisnietas y una tataranieta de Miguel, aquel carbajalino con alma de comerciante senabrés. 
Estaban, en fin, la nieta del tío José, hermanada con la nieta de Serafina, en la Santa Colomba de principios del siglo...

Faltaron algunas. Claro. Faltó (faltaron) la nieta (las nietas) de Rosario Castro, acacireña de adopción, a la(s) que echamos de menos a cada rato; como faltó la nieta de Domingo, que traficaba con la  miel, la hija de Jero, o la bisnieta de aquella que nunca se casó con mi hijo Pedro. Faltó, en fin, la nieta de Abel, un hombre bueno de San Miguel, quizá porque los hombres buenos, como nos enseñó Prez, son aquellos que solo son recordados cuando ya no están...

En cualquier caso, un día memorable.

Así que gracias a todas.  

15.3.13

Se reunieron los nietos, y fue para mirar hacia delante...


Crepitaba la madera en la chimenea.
El cielo estaba gris. 
Era el invierno en la Sanabria. 
Nuestro Padre el Lago presidía el salón. 
La nieve en las montañas. 
Los amigos a la mesa. 


Se nos fue la mañana, el mediodía, la sobremesa, la tarde y la noche poniéndonos al día. 
Hubo una foto. En la terraza. Allí se los ve. 
A mi hermano Reancho, libre como el buey suelto. 
Al hijo de Miguel el cepeiro de la cantina, pergeñando un almuerzo para la Pascua. 
A los nietos del ti Fernando, que volvió de Cuba. 
Al nieto del tío Federico, grande como su abuelo. 
Al nieto de Paco Perales, generoso anfitrión, como lo fue siempre su padre. 
Al nieto de Teodoro, senabrés de adopción aunque diera en nacer a 2.108 quilómetros de aquí. 
Al hijo de Alberto con el que me crucé una mañana de abril, y Arroyo resplandecía. 
Al nieto de Mariano, generoso como solo lo son los castellanos; sanabrés, de dónde iba a ser si un abuelo era gallego y el otro de Almenara.


Dentro había más, aunque no estén en la foto. El bisnieto de un Vallverdú, pintor y poeta. El padre de la Ruinacha. El padre de Lucía. El señor Feroz…

Algunos faltaron. El nieto de Angelote, que también rezó varios sanjuanes en el Lago-Mar. El hijo de Antonio Losada, tres generaciones ya de sanabreses expulsosEl nieto de Pachón, que por fin vuelve a casaEl hijo de Antonio Redoli, zamorano y cuidador ejemplar. El nieto de la ti Paula, que cura su nostalgia los sábados, entre abrazos, en una de nuestras embajadas en Madrid. 

Todos ellos gente heterodoxa.
Buenas personas.
Gente libre.
A wicked company.


La mejor compañía para un día como hoy, si es quince de marzo y, como siempre en la Sanabria desde 1899, el tí Manúel celebra su cumpleaños. 

Gracias a todos.

24.1.13

Spoon (I)


A veces tengo la sensación de que la vida es un enorme tablero que voy complementando con esfuerzo. Sospecho que el día que esté completo yo estaré ya muerto, o quizá el día que muera me daré cuenta de que el tablero era infinito.

Voy rellenando casillas.

El otro día me tocó terminar de encontrarle sentido al Spoon River Euskadi. Uno de los poemas más hermosos y más ásperos de Jon Juaristi Linacero, un poema al que llegué a través de su antología Poesía reunida, editada por Visor en 2001. El poema es antiguo, de 1987. Un poema breve, apenas tres versos, certero hasta la desolación: 

¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes, / y por qué hemos matado tan estúpidamente? / Nuestros padres mintieron: eso es todo”.

Aún me emociona leerlo. Encierra muchas claves generacionales. Para todos nosotros. Para mí, desde luego, pero también para gente como Zapatero, o cualquiera de los desocupados lectores de esta bitácora. Fue el poema que me enseñó a mirar con prevención al pasado: ese pasado que es siempre un país extranjero y que, idealizado, nos impide entender el presente y afrontar el futuro.

El caso es que, aun fascinado por el poema, nunca comprendí fue sentido del título. ¿A qué venía aquel Spoon River?

10.12.12

Los bisabuelos para el recuerdo


Otro recuerdo del libro de Maalouf. A vueltas con los Orígenes. Su reflexión sobre los bisabuelos:

Los bisabuelos son personajes lejanos; no hay una persona de cada mil que esté en condiciones de decir cómo se llamaban los suyos. Y, sin embargo, sus caminos condujeron a los nuestros y, en lo que a mí se refiere, no puede dejarme indiferente el hecho de que fue Tanus el primero que “me” dejó una señal escrita de su paso por este mundo, escrita con torpe mano, lo admito, pero el gesto es por ello más dolorosamente enternecedor”

Debo de ser un tío raro. Hace años que me sé sus nombres. Y hasta podría dibujarles el carácter. El bueno de Miguelán, siempre con una peseta para sus nietos; el tío Pedro Barrios, maldito seas, siempre, cómo lo dejé escapar. Manuel, el coscas, el del ti Torero, en aquel barrio refugio de  judíos. Y Antonio, quizá mala persona, quizá maltratador, aunque nunca he querido juzgarlo.

También ellas. Aquella Micaela muerta con sus tres niñas pequeñas en la pavorosa España rural de principios del XX. Aquella Manuela, la que sí se caso con Pedro, con aquella hermana en la Argentina; Paula, muerta de pena en la España de 1939, tras haber visto a un hijo asesinado en el horror de una guerra… y Dolores, la Dolores muerta en 1953 y que era hija de una de las mujeres más inteligentes de San Justo.

De aquellos ocho caminos vengo.

Aunque no tenga claro dónde voy…

26.10.12

Melancolías...


Ya dije que alguna vez que, al revés que el poeta, adoro “estos burgos fríos del norte en que demora / su partida el invierno”. En días como hoy, con la lluvia golpeando los cristales, y con el cielo gris hasta donde la vista alcanza,  la imaginación me lleva a pasear, de la mano, por la mi tierra, mientras el olor a la tierra mojada me embriaga a cada paso. Me veo entonces saludando a todos aquellos que ya no están, como un Chateaubriand que llegara de nuevo a la Bretaña, o quizá sólo como un Torga que nunca quiso ser Premio Nobel para no traicionar a los suyos. 

Y veo a mi abuelo, con veinte años, volver a casa con diez o doce charrelas al cinto, veo también a Don Blas arremangarse la sotana para llamar a misa en su capilla recién estrenada. Y recuerdo la historia, fatal, de aquel Perdíu que murió tan joven, de aquellos sus hijos cuya vida cambió para siempre y que fueron los primeros, quizá, en sentir en la cara el filo de la cuchilla de la emigración: “mi hermano marcha a Somorrostro, hay minas allí y dan jornal”. Y veo irse también, con un jamón al hombro como único alimento, a aquel Manuel, nacido en Valdespino y casado en San Justo en 1883; lo veo yéndose para Huelva, mientras deja atrás la Villa,  iniciando un viaje del que aún no sabe que  jamás regresará...

Llueve. Y la lluvia me trae el recuerdo de todos los míos mientras el cielo, plomizo, me susurra que soy lo que soy, en parte, gracias a que ellos existieron y a que ellos, también, fueron lo que fueron.

Me calzo las botas. Ajusto el chubasquero. 

Es hora de volver…

25.6.11

El víspera

El víspera de San Juan”. Muchos años, nos cogió en Oriñón. Casi únicamente de ahí recuerdo hogueras una noche como esa. Íbamos la segunda quincena de junio. Allí estaba Mi General esperándome, siempre. Nuestro edificio, Capri, tenía un ring de boxeo en medio del patio. Cuántas batallas allí libradas. De frente, las dunas que anunciaban el mar. Cuando bajaba la marea, íbamos en busca de chirlas. A veces, incluso, a por navajas. Una playa enorme. El cantábrico (Kantauri da urrun). Yo tenía diez años, perdonen, pero ya intentaba que me compraran la prensa. El Correo con don celes al fondo. El Athletic se paseaba en la Liga y se hacía con las copas. Ahí me aprendí su himno. Me lo enseñó Mi General, claro.

Iban pasando los años. Nunca íbamos en invierno, siempre diez o quince días en junio. A veces íbamos dando un paseo a La Ballena. La Ballena nos perseguía desde cualquier lugar de la playa. Miraras donde miraras, allí estaba. Nunca logramos saltar a ella. Había, y sigue habiendo, un peligroso saliente de mar que no lo hace fácil. La Ballena es inconquistable, me dijo una vez Mi General, quizá tendríamos doce años. Quizá además el hecho de que estuviera en Sonabia la convertía en algo aún más mítico. Aquellos ecos de la Sanabria a la que íbamos unos días después a echar el resto del verano. Crecimos sanabreses porque allí creció nuestra memoria. Algunas tardes nos llevaban a Laredo y a Castro. Lugares señoriales para unas vacaciones con cierta clase en la playa. De noche hacíamos hogueras y asábamos salchichas. Y buscábamos en el horizonte las luces del buque mercante de Antón. Corríamos. Jugábamos. Soñábamos. La marea subía y defendíamos un fuerte contra el agua que todo lo inundaba. Yo me quemaba. Siempre. Apenas sabía nadar y a los dos días ya estaba quemado. Fuimos creciendo. Creo que el último año que fuimos para quedarnos debió de ser el ochenta y siete o el ochenta y ocho. Estuve muchos años sin volver. El año pasado, Mi General tomó el avión, vino a buscarme y me llevó allí, pasando antes por Lequeito, donde aún nos dio tiempo a conversar con Zita y oírle sus quejas por el mundo de ayer. Paseamos por la playa, tomamos unos vinos y fuimos hasta La Ballena. De nuevo. Lo que nos diferencia del resto de la creación es que somos animales que se construyen desde la memoria. Lo recordaba casi todo, veinte años después. Y Mi General también. Volvimos a juramentarnos. Retornaremos dentro de unos años. Seguro. Y sonreiremos al vernos gritando a los niños que tengan cuidado con el agua.

PS: Hacia dónde camina el mapa del mundo. Una fantástica reflexión de Lamo de Espinosa. No sea perezoso, desocupado lector, y léala. Pinchando aquí. De nada.