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15.4.14

San Sebastián y Chillida

Madrugamos para ver de nuevo la ciudad. San Sebastián, la ciudad monárquica del XIX. La ciudad liberal rodeada del infierno carlista. Nos acercamos a Igueldo, que en breve parece que será una ciudad diferente. El nacionalismo y su pasión por dividir, por separar. Un parque de atracciones de principios del XX y quizá las mejores vistas de la ciudad. Acabamos a los pies del monte, donde acaba o empieza Ondarreta, en el maravilloso peine de los vientos de Eduardo Chillida. Hay pocas maneras más poética de recibir al viento en una ciudad que la que imaginó el escultor vasco. La forma que somos capaces de darle a las cosas que imaginamos es lo que nos diferencia del resto de seres vivos de la creación. Un hombre es un mamífero que dibuja, "con su dedo grande en el aire", como hubiera escrito César Vallejo.

Un paseo, algunas fotos, y un fuerte abrazo de despedida. Volveremos a vernos, pienso mientras seguimos nuestra ruta hacia el oeste...

12.4.14

San Sebastián y Oteiza

Nos pateamos lo viejo de San Sebastián. La zona cero durante muchos años. Aquí mataron a gente por no pensar como sus (mierdas de) asesinos. Un país lleno de metáforas y referencias militares no es un país cómodo para vivir. Javi, que nos guía, nos explica con la pasión del entomólogo la ciudad: la expansión, las murallas, la brecha, el crecimiento del XX. Le oigo y pienso que la vida no es justa. Una sociedad de talentos desperdiciados es una sociedad sin futuro. Y el de Javi es un talento que quizá ya nadie explote. Es lo que hay. Entramos a una iglesia en la que descubro una Cruz de Oteiza. Oteiza fue un grande, más allá de sus locuras personales. Al final lo ganó, creo yo, Chillida, otro grande, pero es no desvaloriza a Oteiza. El hombre de los vacíos. Construir desde la ausencia. En cualquier caso, una ciudad convertida en un magnífico entorno para disfrutar de dos grandes...

6.12.10

Dos cierres, una mala noticia

Son dos malas noticias. Una me jode especialmente. Hace mucho que me fascina la obra de Chillida. Su juego de curvas. Sus óxidos, siempre tristes. Su perspectiva. El hierro del que venimos. El hormigón, al que viajamos. Quise ir a Chillida Leku, quizá porque, como Pedro Páramo, sabía que ahí también vivía mi padre. Lo intenté dos veces. La compañía no era la más adecuada para ir de museos. Hay gente que engaña en la apariencia: tras una leve pátina de cultura sólo hay esnobismo. Por eso, a estas alturas, me pierde quien quiere aprender, no quien cree saberlo todo. No lo logré. Quise volver el año pasado y la agenda se me complicó. Ahora me lo cierran. Estando donde estaba, en la carlista Hernani, lo que me extraña que haya durado tanto tiempo abierto. Ahora parece que cerrará sus puertas en enero. Espero que sea por poco tiempo. Y espero poder ir, en buena compañía, alguna vez.

Mi amigo Jesús comprobará aliviado que hay sitios donde la obra de un gran artista en peor tratada que en la Ciudad Imperial.

Cierra, también y por cierto, el José Guerrero de Granada. La pintura abstracta. El siglo XX a través de los ojos de un hombre que supo mirar. Que supo entender que lo importante eran las preguntas, no las respuestas.
Malas noticias para todos. Somos cada vez más pobres. Espero que la obra de Baltasar Lobo aguante en la mi ciudad de Zamora.
Lunes. De Mercado, claro.

PS: "Pero la pintura es un placer privado, aunque se disfrute en un museo. Está uno solo, delante del cuadro, y el mundo alrededor no cuenta. La pintura exige un grado de contemplación que a veces es un problema para las personas activas".
Muñoz Molina, A: La noche de los tiempos. Círculo de lectores, Barcelona, 2010. Pág. 126