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4.6.14

La monarquía, a vuelapluma

No me da tiempo a escribir algunas notas sobre la monarquía. Así que dejo solo (y esta vez la falta de acento no es por aceptar la última reforma de la RAE) algunas reflexiones:

El magnífico papel de Don Juan Carlos durante estos años. Con todos sus luces y sombras, pero a la altura de los tiempos que le tocó vivir. Gracias Majestad. 

La escasa institucionalización de la vida política española. ¿Alguien se imagina que si en España hubiera una República cada vez que cambiara el titular se hiciera un referéndum para decidir la vuelta a la Monarquía? 

El escaso nivel del debate público. Mucha gente no votó la Constitución de 1978. Pues imagínense la estadounidense, o la británica que, en sentido literal, no ha votad nunca nadie en la historia. ¿Queda alguien vivo en España de cuando se aprobó el Código Civil? ¿Hay que votarlo de nuevo entonces?

El nivel es deprimente, por no hablar de esas imágenes en las que la mezcla banderas comunistas con guillotinas nos recuerda a todos los demócratas en lo que están pensando algunos republicanos cuando hablan de la III República. 

3.4.13

La cuarta del ala oeste...



Se va animando la serie según avanzan las temporadas, con un Barlet más humano, conflictos internacionales, desavenencias presidenciales… Desaparece el soso de Seaborn de la escena y van ganando altura y solvencia tanto Lyman como el inquietante Ziegler. Es una serie magnífica, muy recomendable para entender cómo funciona el sistema político norteamericano: un sistema inviable y que tiende, de manera sistemática, al Golpe de Estado, habida cuenta de la prevención que los padres fundadores sentían por la democracia. En cualquier caso, como la voy alternando primero con The Wire y luego con Boardwalk Empire, me sigue llamando la atención lo almibarado del guión y el formato tan binario de la trama: unos demócratas inteligentes, solidarios, cultos, llenos de matices, que han de lidiar con una oposición republicana zafia, grosera analfabeta y monolítica.

¡Ay nuestros socialdemócratas!, esos celosos guardianes del monopolio de la compasión