31.1.10

La Florida. La llegada (I)

Iba prevenido. Vente con tres de antelación, lo menos, me dijeron. Así que, tras pasar con la fresca por la oficina, me fui a Barajas. Hay tres controles antes de subir al avión, el ultimo de ellos ya justo antes de embarcar. Siente uno sensaciones contradictorias ante ellos: por un lado es un rollo pero es lo que hay. Me pasa cada vez que viajo a los Estados Unidos: es su país y supongo que pueden poner las reglas que quieran para el que vaya a entrar, al que le guste que vaya y al que no, que lo deje.
Embarco, como uno tiene sus influencias, el asiento es muy bueno. El viaje no se me hace pesado. Acabo de un tirón El hombre que amaba los perros, de Padura, un libro magnifico por cierto, del que ya les hablare.
Controles y mas controles en el aeropuerto a mi llegada. Hay policía desde que uno sale del avión. El castellano convive con el ingles. Que ridículo suenan aquí esas ordenes de las taifas de provincia con carteles solo en catalan o con funcionarios que solo hablan gallego. Mi General me espera a mi llegada a La Florida. También mi ahijado, claro.
Todo es coche aqui. Todo. Cualquier compra, cualquier viaje. Vamos a un tienda a por vino para la cena. Luego, cenamos unos cangrejos magnificos que preparan a medias entre Mi General y su mujer. Estoy agotado. Un poco de charla y a dormir. Es curioso porque Mi General y yo casi nunca estamos de acuerdo en nada cuando discutimos (bueno, en algo si, en el Athletic y en nuestros heterodoxos gustos musicales), pero no pasa nada, siempre es una delicia disentir de el y con el.
Mañana nos espera La Florida.
Y perdón por la falta de acentos, pero es mi primera internada en la cultura Mac y no me situo aun muy bien.


PS: Algún día le explicare a Mi General porque me recuerda tanto a Sorolla. Ahi va una pista.

Blasco y Sorolla fueron dos grandísimos modernos. Fueron, además, dos triunfadores; se cuentan entre los escasísimos españoles que se han hecho con un lugar en el mundo. Fueron dos personalidades muy poderosas que ganaron mucho dinero dedicándose a lo que amaban. Pero su historia ha sido contada por la vanguardia. […] La observación de la pintura de Sorolla es contundente, indiscutible: ahí está un hombre que fue feliz. […] Sorolla se abstuvo de autistas, de alcohólicos y de morfinómanos y otros pelmas raros y pintó a su mujer y a sus hijos en la playa y en sucesivos estados de la felicidad.

Espada, Arcadi: Ebro/Orbe. Tentadero, Barcelona, 2007. Página 199.

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