4.12.10

A vueltas con wikileaks (I)

Reconozco que iba a entrar a degüello contra el gobierno español a cuenta de las revelación de los wikifriquis estos de wikileaks. Pero creo que es más importante hacer otra reflexión previa. Todos estos papeles que se han publicado son basura en realidad no valen para nada. Sólo los bobos, o los torpes creen que el mundo es de caramelo o de chocolate y que no hay la diplomacia secreta. Claro que la hay. Claro que hay diferencia entre lo que uno dice en público y lo que dice en privado. Como la hay en nuestras vidas. Y claro que los gobiernos presionan. Y claro que opinan. Y sobre ello tomas sus decisiones. Pero de repente, como vivimos en un mundo adolescente, todo el mundo grita que el rey está desnudo.

Todos los sabemos. Que EEUU nos presiona. Que nosotros presionamos a quien podemos. Que hay mucho cinismo en todo esto. Por eso, no entiendo el revuelo. De verdad que no lo entiendo. Es como cuando uno escucha una conversación por error en la que se habla de él y los interlocutores no sabes que los estás escuchando. Lo mejor es no oír nada. Lo que estos friquis han ido publicando son partes fragmentarias. Impresiones de embajadores. No sabemos cuánto no se ha publicado. No sabemos bien si se han cortado pasajes para que sólo salga lo que ellos quieren.

En cualquier caso, ya digo, me da igual. La escuela realista de las relaciones internacionales me lo contó en la facultad. Y ya lo dijo Lord Palmerston en el Parlamento británico hace ya muchos años: Inglaterra no tiene ni amigos ni enemigos. Tiene intereses.

Realista, también en esto.


PS: Un gin tonic con Mi General. Siempre un placer.

PD: En la Sanabria. Hace frío. Claro. Es diciembre

4 comentarios:

Anónimo dijo...

WikiLeaks se considera inserto en la tradición en la que los medios de comunicación piden cuentas a los gobiernos sobre sus abusos. El papel del Cuarto Poder fue particularmente importante durante el gobierno del Presidente George W. Bush. Las revelaciones de torturas, entregas extrajudiciales y vigilancia electrónica sin mandamiento judicial dependían de un periodismo de investigación que ahora está amenazado por las reducciones presupuestarias y la incesante atención que los medios de comunicación prestan exclusivamente a lo actual, sea lo que sea: con frecuencia a expensas de lo auténticamente interesante desde el punto de vista periodístico.

Pero, mientras que el verdadero periodismo de investigación depende de la calidad, WikiLeaks se distingue por la cantidad. La magnitud del volumen de los datos descargados en la red Internet imposibilita un análisis detenido o, de hecho, un examen detenido de la información potencialmente perjudicial.

El umbral de la revelación justificada ya no es las fechorías de la escala de la que dio nombre el término “Watergate” y todos los posteriores “-gates”. En su lugar, se está advirtiendo a los funcionarios del Estado que todo documento puede ser filtrado y publicado a escala mundial por un funcionario subalterno descontento.

No es probable que la consecuencia de ello sea la transparencia. Propiciará, perversamente, un mayor secretismo. El mensaje que casi con toda seguridad está pasando por todos los poderes importantes es el siguiente: cuidado con lo que se transmite por escrito.

En lugar de en evaluaciones veraces y análisis provocativos, ahora muchas decisiones se basarán en informaciones orales y reuniones no reproducidas en actas. Los encargados de la adopción de decisiones desconfiarán de la transparencia incluso con su personal más cercano.

Es probable que esos cambios sobrevivan a la embarazosa posición de la Secretaria de Estado de los EE.UU., Hillary Clinton. Semejante autocensura propiciará decisiones peores y menos rendición de cuentas por las decisiones que se adopten. Parece un precio muy alto que pagar por el cotilleo.

Anónimo dijo...

WikiLeaks se considera inserto en la tradición en la que los medios de comunicación piden cuentas a los gobiernos sobre sus abusos. El papel del Cuarto Poder fue particularmente importante durante el gobierno del Presidente George W. Bush. Las revelaciones de torturas, entregas extrajudiciales y vigilancia electrónica sin mandamiento judicial dependían de un periodismo de investigación que ahora está amenazado por las reducciones presupuestarias y la incesante atención que los medios de comunicación prestan exclusivamente a lo actual, sea lo que sea: con frecuencia a expensas de lo auténticamente interesante desde el punto de vista periodístico.

Pero, mientras que el verdadero periodismo de investigación depende de la calidad, WikiLeaks se distingue por la cantidad. La magnitud del volumen de los datos descargados en la red Internet imposibilita un análisis detenido o, de hecho, un examen detenido de la información potencialmente perjudicial.

El umbral de la revelación justificada ya no es las fechorías de la escala de la que dio nombre el término “Watergate” y todos los posteriores “-gates”. En su lugar, se está advirtiendo a los funcionarios del Estado que todo documento puede ser filtrado y publicado a escala mundial por un funcionario subalterno descontento.

No es probable que la consecuencia de ello sea la transparencia. Propiciará, perversamente, un mayor secretismo. El mensaje que casi con toda seguridad está pasando por todos los poderes importantes es el siguiente: cuidado con lo que se transmite por escrito.

En lugar de en evaluaciones veraces y análisis provocativos, ahora muchas decisiones se basarán en informaciones orales y reuniones no reproducidas en actas. Los encargados de la adopción de decisiones desconfiarán de la transparencia incluso con su personal más cercano.

Es probable que esos cambios sobrevivan a la embarazosa posición de la Secretaria de Estado de los EE.UU., Hillary Clinton. Semejante autocensura propiciará decisiones peores y menos rendición de cuentas por las decisiones que se adopten. Parece un precio muy alto que pagar por el cotilleo.

Anónimo dijo...

WikiLeaks se considera inserto en la tradición en la que los medios de comunicación piden cuentas a los gobiernos sobre sus abusos. El papel del Cuarto Poder fue particularmente importante durante el gobierno del Presidente George W. Bush. Las revelaciones de torturas, entregas extrajudiciales y vigilancia electrónica sin mandamiento judicial dependían de un periodismo de investigación que ahora está amenazado por las reducciones presupuestarias y la incesante atención que los medios de comunicación prestan exclusivamente a lo actual, sea lo que sea: con frecuencia a expensas de lo auténticamente interesante desde el punto de vista periodístico.

Pero, mientras que el verdadero periodismo de investigación depende de la calidad, WikiLeaks se distingue por la cantidad. La magnitud del volumen de los datos descargados en la red Internet imposibilita un análisis detenido o, de hecho, un examen detenido de la información potencialmente perjudicial.

El umbral de la revelación justificada ya no es las fechorías de la escala de la que dio nombre el término “Watergate” y todos los posteriores “-gates”. En su lugar, se está advirtiendo a los funcionarios del Estado que todo documento puede ser filtrado y publicado a escala mundial por un funcionario subalterno descontento.

No es probable que la consecuencia de ello sea la transparencia. Propiciará, perversamente, un mayor secretismo. El mensaje que casi con toda seguridad está pasando por todos los poderes importantes es el siguiente: cuidado con lo que se transmite por escrito.

En lugar de en evaluaciones veraces y análisis provocativos, ahora muchas decisiones se basarán en informaciones orales y reuniones no reproducidas en actas. Los encargados de la adopción de decisiones desconfiarán de la transparencia incluso con su personal más cercano.

Es probable que esos cambios sobrevivan a la embarazosa posición de la Secretaria de Estado de los EE.UU., Hillary Clinton. Semejante autocensura propiciará decisiones peores y menos rendición de cuentas por las decisiones que se adopten. Parece un precio muy alto que pagar por el cotilleo.

Anónimo dijo...

El seguro de vida de Julian Assange es un archivo informático de 1,39 gigabytes. Se llama Insurance.aes256,wikileaks y está codificado con un complejo sistema criptográfico. Desde hace semanas, circula por las redes P2P; yo ya me lo he bajado. En caso de que al director de Wikileaks le pase algo –dios y la CIA no lo quieran–, sus compañeros revelarán la clave para abrir esta caja secreta. Nadie sabe qué se esconde en su interior. Nadie sabe tampoco gran cosa sobre el pasado de un hombre que va camino de sustituir al Che en las camisetas, como nuevo icono de la revolución; y también a Bin Laden en la lista negra del Pentágono, como enemigo público número uno.

No se sabe demasiado de él, o de sus intenciones. Pero el propio Assange dejó rastros de su plan en varios artículos de su blog en 2006, cuando fundó Wikileaks. “Cuanto más secreta e injusta sea una organización, más vulnerable resulta a las filtraciones”, decía entonces; “Sólo si conocemos las injusticias podemos contestarlas”. Assange lo llama la conspiración: el poder de las superpotencias y las grandes corporaciones para imponer su autoridad, a través del secreto. ¿Cómo combatirlo? Con filtraciones que hagan imposible mantener un discurso en público y otro en privado; con información que haga desconfiar a cada uno de los miembros de esas redes.

En los últimos años, los voluntarios de Wikileaks han desvelado más documentos clasificados que toda la prensa mundial junta. “Esto demuestra el alarmante estado del resto de los medios de comunicación, es vergonzoso”, dice Assange. Aunque Wikileaks es más que un medio. Es el germen de una revolución que puede terminar con la herencia de Maquiavelo: con el cinismo y la hipocresía como primera herramienta del poder y la política.