Hoy dejamos Nueva York. Nos acercamos a recoger el coche del alquiler. Por el camino, entramos en una farmacia. El modelo es radicalmente diferente al de España. No hay cuotas, ni cupos. Y la farmacia se parece más conceptualmente a una vieja ferretería de pueblo que a la bobada esa que han dado en llamar, los defensores del monopolio, el “modelo mediterráneo de farmacia”. Llegamos a la cuarenta. El coche es un Ford Expedition. Todo aquí es a lo grande. Un problema añadido. Me cuesta entender a los estadounidenses cuando hablan rápido. Al del coche apenas le cojo al vuelo cuatro palabras. Cambio automático. Con los días descubriré que son coches más fáciles de conducir que los de cambio manual. Hemos de salir de Manhattan en dirección al norte. Hay un atasco monumental. Luego nos quejamos de los nuestros, pero un atasco de verdad es esto. Un cruce de caminos. Seis autovías que se juntan y se separan. Todas paradas. Una bendición: el gps. Sin él, creo que aún estaríamos saliendo de la isla. Siguiente sorpresa: los límites de velocidad. En una autovía de tres carriles por sentido, el límite es, al cambio, 89 quilómetros por hora. El personal, más o menos, lo respeta. Paramos en Mamaroneck. Nos atiende un cubano en su “grocery”. El inglés y el castellano se van fusionando. Los intentos puristas de mantener separadas ambas lenguas son hermosos pero profundamente inútiles. Empiezan los bosques. Inacabables. Bosques de verdad. Inquietantes. Sin final. Paramos en la costa a comer, en el Rusty Scupper. En la carta nos advierten que los servicios para seis o más clientes llevan añadida una propina del 18%. Hay algo de pescado. El vino, de California, flojo. Echamos casi todo el día en la carretera. Por fin, entramos en Massachussets. Nuestro hotel está en Cambridge, localidad vecina a Boston, de la que la separa el río Charles. La habitación tiene unas vistas magnificas sobre el río y sobre el downtown de la ciudad. En la recepción está Julio Pérez, salvadoreño. Creo que es la primera vez que veo a uno en vivo y en directo. Nos lleva al centro, ya que tiene que ir a recoger a un cliente. Por el camino, nos desgrana su historia. Llegó hace años. Primero fue a Los Ángeles, pero la ciudad no le gustó. Acabó aquí, y lleva ya varios años en el hotel. “Es una ciudad bonita y segura”, nos dice con su castellano de acento tímido, “no tengan problema para volver luego en metro”. Ambientazo en la ciudad. Un edificio del XIX convertido en centro comercial. Música en directo. Gente en las terrazas. Cenamos razonablemente bien en uno de los restaurantes más antiguos de la ciudad. Una copa. Volvemos a dormir, aún nos persigue el jet lag y queremos madrugar mañana para ver bien la ciudad.
Boston, una de las ciudades más activas en la lucha por la independencia en el XVIII. Boston. Harvard. El MIT.
Boston, una de las ciudades más activas en la lucha por la independencia en el XVIII. Boston. Harvard. El MIT.
4 comentarios:
Que envidia me estás dando, estás haciendo el viaje que a mí me gustaría hacer algún día.
Por cierto leí en algún lado que se podia viajar por EEUU hablando sólo en español y aunque obviamente es una exageración parece que algo de cierto hay ¿no?
Tenga cuidado y buen viaje.
¿Podrias enterarte si las medicinas tienen el mismo precio ya sea necesaria receta o no?
Lo digo porque en España , todos los medicamentos(como los libros) tienen precio fijo, por eso me parece una chorrada liberalizar las farmacias si luego no hay competencia en precios.Es como si la venta de gasolina fuera libre pero el precio lo fijase la Consejeria de Industria.
Creo que es bueno saber algo de inglés, pero es verdad que mucha gente habla español, no sólo en las ciudades. Entre la emigración y la gente que ha aprendido el idioma, podría decirse que casi un 60% de la gente con la que nos cruzamos habla o entiende el castellano.
Lo de las farmacias, no había visto el comentario hasta volver, así que no he podido preguntarlo...
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