7.8.10

Teoría del espejo (I)

En 1965 Claudio Rodríguez, un joven de apenas treinta años que trabaja como lector de español en la Universidad de Cambridge, publica el poemario Alianza y Condena. Uno de los poemas del libro, “Gestos”, principia así: “Una mirada, un gesto, / cambiarán nuestra vida. […]". Hay una hermosa reflexión que hacer al hilo de las miradas y de los gestos. Uno sueña a veces que tiene una persona amada. Y sueña que al irse, cuando todo está perdido, cruza furtivamente la mirada con esa persona, mientras da dos besos, por ejemplo en la cocina, y esa mirada de la otra persona, ese gesto, es tan definitivo, tan puro, hay tanta claridad en él; hay tanta luz en sus ojos, tanta inocencia en las facciones que uno piensa que ha de volver a creer. Que hay miradas que no pueden mentir. Que hay que gestos que, definitivamente, no se pueden fingir…

Y sin embargo, ya ven. Uno despierta. Y puede que no haya nada al despertar. Y uno piensa entonces que para qué creer en lo que ve si puede que todo, en realidad, sea ficción. ¿No dejó escrito Baudrillard aquello tan certero de "moriremos, si es que hemos nacido". Quizá la realidad no sea líquida, como quería Bauman, sino simplemente aplastante.

Hace calor y es casi domingo.

Otro día, lector, le explico qué tiene esto que ve con un espejo. No sea impaciente.



PS: "La eventualidad de que nadie quiera coger el teléfono implica una decepción de significado trascendente, como si por lo que de verdad se estuviera apostando en este juego de número fuese la muerte o la vida".

Sebald, WG: Vértigo; Debate, Madrid, 2001

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi querido Perdiu le encuentro muy desasosegado.Dé un paso más allá de la mirada,asuma el riesgo. Si algo no hay es tiempo de sobra.
NC