18.1.12

Fuera

Se va yendo la luz. Es Castilla: soledad y atardeceres. La fiesta termina con una chocolatada. La hacemos en el horno de la Plaza, al que aquí llamaban del fontano. Era un horno comunal, como tantas otras cosas en este pueblo, cuyo uso correspondía, por días, a diferentes familias. De la pobreza se sale trabajando, eso está claro, pero a la pobreza sólo se sobrevive cooperando. Los modelos de gestión aquí son todos en común: el agua, los pastos, el horno... Hasta que llegó el Estado moderno, con su estúpida palabrería y se lo quedó todo a cambio de promesas imposibles de cumplir. El Registro no admite con facilidad estos tipos de propiedad, y ahora el Ayuntamiento dice que las cosas comunes son suyas, como si ellos fueran en verdad el común de los vecinos. Aquí aprendimos a mirar al poder como a un enemigo. A desconfiar de los que mandan. Manolo ha encendido el horno a media tarde. Manolo, un hombre también de otra pasta, me pide que le traiga alguna foto impresa en la que sale él. Tengo que acordarme. Con el horno encendido, el olor a leña llega hasta la plaza. El chocolate y los bizcochos: Noel, claro, de Lerma. Nos juntamos y cada vez hay menos luz. Sigue la tos. Y mientras me atrapa la lumbre, recuerdo los hermosos versos de César Antonio Molina, escritos en ese hermoso latín que creció aquí cerca: "Construíron tan altos edificios / que dende ningún punto / se ve xa o faro da miña infancia. / Hoxe a luz estrélase / contra os grandes broques de cemento".

Aquí no llegó el progreso, por eso teníamos aún el horno caído y lo hemos podido recuperar.


PS: Perder lo que nunca fue nuestro. Es bueno Azúa. Muy bueno

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