30.3.12

Sánchez, Márquez y Pérez (Reverte)

Estuvimos en la antológica de Gervasio Sánchez, en la Tabacalera. Algunas impresiones. Empiezo por lo menos relevante, el edificio. Esa decadencia industrial. Una mole enorme, creo que autogestionada. Vamos a ver qué tal sale. Desde luego, el marco es inmejorable.

La exposición. A Gervasio Sánchez lo uno, desde mi adolescencia, a Márquez con la cámara y a Pérez Reverte con el micro. Aquellas guerras. Éramos adolescentes aún y no sabíamos dónde estaban los buenos y donde los malos. Mile y yo aquel verano. ¿Y si nos vamos a Sarajevo? Luego uno va creciendo y se va dando cuenta de que no hay bandos estancos, no hay buenos y malos. Hay gente pa´to, que diría el clásico. Aquella obsesión en forma de novela sobre un puente que quizá pasaba por el Drina...

Así que entro a la Exposición como quien entra a ver a un viejo amigo. Y no me defrauda. Es, sencillamente, soberbia. Y sobrecogedora. Sobre todo la parte de los Balcanes. Ese hombre que fuma al lado de una persona asesinada por un francotirador. Esos novios que se despiden. Ese niño asesinado. Será generacional: fue la primera guerra de la que tuve conciencia real. Estremece también Iberoamérica, con sus desaparecidos y deja sin aliento la parte de África; aquellas matanzas que sólo alcancé a entender con el Ébano de Kapuscinski. La cotidianidad de la muerte. Sánchez vuelve a los escenarios años después, y nos vuelve a mostrar el sinsentido de la identidad, de la política y de la ideología. El horror de los niños soldado. Las fotos de Sánchez son las imágenes de cualquier de los libros de Kaplan, pienso mientras recorro en silencio las salas. Las fotos de su viaje a los confines de la tierra, por ejemplo.

Pero no todo es horror en la exposición. Permítanme compartir un secreto. Hay un halo de esperanza. En las fotos de las minas. De los niños amputados. De los hombres y mujeres cojos o mancos. Niños y vidas que, pese a todo, sonríen. Hay algo heroico en el ser humano. Profundamente heroico. Y uno se da cuenta, viendo las caras de esos niños, que la vida no se rinde jamás. Y que, pese a lo torcido de su fuste, puede llegar a dar árboles hermosos.

Una exposición necesaria.

Apague la puta tele y acérquese a verla.

PD: en Pucela, again.

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