Pasan los años. Y pesan. Muchos. Veinte ya de la marcha de una mujer buena y sonriente. Una mujer que nunca aprendió a leer ni a escribir, pero que "tocaba la pandareta en el serano" y que perdió a su madre de muy niña. Y cuarenta y cinco ya, nada menos, de aquella boda en la que no hubo banquete.
Pasan los años...
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