13.8.18

Monzón, o tirar un moneda al aire y elegir luego la patria.

Me puse en el tren con un breve ensayo en forma de artículo académico que Fernando Martínez Rueda publicó en la REP sobre Telesforo Monzón (el de se lo puso él), uno de los líderes históricos del nacionalismo vasco. Su vida personal es muy interesante y demuestra, aunque mi extranjero profesional me lo discuta a cada paso, que la procedencia (rural) de las élites nacionalistas explica bien el carácter premoderno de estas ideologías. Monzón, y sigo lo que escribe Martínez Rueda, provenía de una familia de notables (jauntxos) rurales, en este caso de Vergara, en la Guipúzcoa interior, y nació cuando ese mundo se encontraba en descomposición, por el desarrollo de la industrialización y la desmantelación progresiva del mundo foral. Con estos antecedentes, no es raro que Monzón acabara siendo presa de la melancolía más brutal. En su infancia, su madre (sevillana y de familia guatemalteca, por cierto) siempre se quejó de la falta de deferencia de los vecinos, mientras les hablaba con nostalgia de aquel mundo en el que las cosas eran de otra manera, mensajes que también debieron de transmitirles sus formadores, todos ellos de intachable y rancio pedigrí carlista.
Como muchas familias vascas, los Monzón emigrarón a Madrid y de hecho una de sus hermanas se hace monja e ingresa en un convento de Ávila, y hay un momento en el que Monzón asume que tiene que decidir qué es: si nacionalista vasco o nacionalista español. Es interesante su confesión, porque denota que su arcaica visión del mundo entroncaba tanto con el imaginario de Sabino Arana como con el de los integrista españoles. Al igual que Sabino, también él tiene una revelación que contar, en este caso en un junio lleno de niebla con una joven pastora y un rebaño de ovejas. Así como lo oyen. 
Desde aquel momento, Monzón, convencido ya de ser vasco de verdad, de los pata negra, se dedica a recuperar un eusquera que tenía olvidado y se lanza a evangelizar la Guipúzcoa profunda. Un país rural que según él conserva las auténticas esencias de la patria, frente a la degeneración del mundo urbano, laico e izquierdista. Elegido concejal nacionalista en Vergara en 1931, presidirá el partido en la provincia durante la República. Está en él, como en el racista de Arana, la idea de que la patria es una religión y por eso no puede limitarse a un partido (esa idea de que hacer oposición al partido en el fondo es ser extranjero).
Con los años, el carcamal de Monzón transformó sus recuerdos de la guerra, y la convirtió también en una lucha religiosa: ángeles contra demonios, mitificando la resistencia de los gudaris frente al satánico invasor. 

PS; no se pierdan lo que contó en El País en marzo de 1980 este viejo que ya chocheaba. La fecha no es baladí: 1980 fue el año con más personas asesinadas por ETA. Decía este mierda: "No estoy conforme con la política que desde hace años está haciendo el PNV, creyendo que estos chicos de ETA eran adversarios. Yo considero que son hijos y descendientes de los gudaris de 1936. Nos une el amor a nuestro pueblo y el deseo de verlo libre. Por eso soy de Herri Batasuna." 

Hablando de amor mientras ETA mataba cada dos días...

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