Hace algo más de diez años que me acerqué de verdad a Sorolla. Traían sus obras de la Hispanic a Madrid y me fascinaron tanto el tipo como su obra. El maestro Espada ayudó con algunas líneas que no he vuelto a encontrar pero que se resumían en que en nuestro país siempre lo despreciaron porque la España oficial nunca le perdonó que fuera rico y feliz. Mejor estar encabronado con Unamuno y la España negra de Zuloaga que feliz con el valenciano alegre.
El otro día me puse en Movistar con Los viajes de la luz, un documental biográfico que elaboró TVE hace unos años. Al igual que le ha sucedido a otros (ahí está Toro y Parker, por ejemplo) obtuvo primero el reconocimiento internacional y luego el nacional. Construye el hogar que no pudo tener con sus padres. Se quedó huérfano muy pequeño, con una hermana nada más; su padre Joaquín Sorolla Gascón (1833-1865) y su madre María concepción Bastida (1837-1865) mueren jóvenes en una epidemia de cólera. Por eso quiso darle un hogar a sus hijos. Aunque fue recogido y querido por sus tíos, siempre supo que sus padres habían muerto y siempre los echó en falta. Se enamoró muy joven de Clotilde y agradeció mucho a su suegro Antonio García, un conocido fotógrafo, el apoyo que siempre le dio y que fue en realidad un segundo padre para él. (Fantástico el cuadro de Los abuelos de mis hijos).
Un tipo feliz que elogiaba en público a Alfonso XIII y que no se cansó de retratar a los suyos, como esa María convaleciente, que es un cuadro tan maravilloso como enigmático. Un tipo de no rehuyó la cara oculta de la vida. Cuadros como la desoladora Triste herencia son una buena muestra de ello.
Un documental para disfrutar de un triunfador que intentó ser un buen padre. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
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