5.9.11

De las casualidades como forma de llegar a conocer...

Tras la expulsión, llegó el silencio. Al menos en público. A partir de aquel momento, fueron las mujeres las que mantuvieron la fe y las que la traspasaban a sus hijos. Aislados, sólo les quedaba la memoria oral y el Pentateuco, por lo que las creencias se simplificaron y sólo se conservaron algunos ritos: básicamente el ayuno de ester, el yom kipur, la Pascua y, donde se podía, el sábado. También, la higiene y el agua. Pero muchas de sus costumbres y de sus ritos fueron cayendo en el olvido. Pero su recuerdo se mantuvo, como el de la condición de insulto que tenía la palabra judío. Y cuando un gobernante destacaba, enseguida se le atacaba diciendo que era, como en el caso del Conde Duque, amigo de los judíos. Recuerdo un día, en la cocina de la ferre, charlando con mi abuela. Yo le preguntaba por sus primeros recuerdos del Mercado, el único pueblo de comerciantes que había en Sanabria, allá por los años veinte del siglo pasado. Empezó a hablarme y me dijo: “este pueblo lo fundó gente mala, de una raza mala, una raza húngara, o yo no sé…” Una raza húngara, quizá se refería a los judíos, no lo sé.

Quizá todo esto, es posible que la presencia de criptojudíos, se hubiera perdido con las grandes emigraciones a las ciudades durante el siglo XX si no hubiera sido por una concatenación de casualidades. Por ejemplo, el hecho de que en 1917 un ingeniero polaco, llamado Samuel Schwarz, descubriera, mientras trabaja en la zona de la Beira portuguesa, núcleos de aldeanos con costumbres criptojudías. Se empezó a investigar y fueron saliendo varios. Hubo muchos en la zona de la frontera, y eso Caro Baroja lo estudió bien… Por la Sanabria los hubo, cada vez parece más evidente. No sé si los Centeno de San Juan de la Cuesta, como aseguró el otro día el profesor Anta en Ilanes. Pero parece claro que hubo familias. Que hubo costumbres. Aunque sabemos poco de ello, en realidad.

Ya lo iremos conociendo, es cuestión de seguir atando cabos……


PS: Efectivamente, diez años antes de la primera edición del Quijote, Amaro Centeno “natural de Puebla de Senabria en la Montaña de Leon”, publicó su Historia de las Cosas de Oriente

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