8.8.18

Viajeros impacientes (I)

Hay libros que no son brillantes, pero son necesarios. Me puse unos días con El viaje de la impaciencia, de Luis Gonzalo Diez, recomendado por John the Minor. Un ensayo sobre los orígenes de esa ideología misteriosa que es el nacionalismo a través de las lecturas y obra de Johann G. Herder. Es necesario, digo, porque ya muy pocos fuera de los especialistas han leído a Herder y, sin embargo, sus ideas (sobre la cultura, por ejemplo) fueron semilla de ideas que siguen hoy presentes en el debate público. 
De Herder viene, por ejemplo, ese ocultamiento que el nacionalismo hace de la política y que convierte, así, a los disidentes en extranjeros, porque no se ataca una idea, se ataca al país, como siempre recuerda el maestro Espada. Señala el autor que: 

"La panacea cultura herderiana condensada en su utopía antipolítica ofreció el nacionalismo posterior la posibilidad de ocultar su carácter políticamente depredador presentándose como una apología de lo popular ajena a la lógica del poder. No debe obviarse el hecho de que el origen antiestatalista del nacionalismo, en lo que tiene de utopía emancipadora, terminase siendo aprovechado por un nacionalismo convertido ya en política de dominación como instrumento propagandístico que le evitaba rendir cuentas del poder sin límites alentaba"

Herder fue otro melancólico. Insoboranble. Por eso imaginó siempre una pasado que nunca existió pero al que todos queremos volver. Sostiene Luis Gonzalo Díez que:

[ese mundo moderno] El mundo gobernado por Reyes y nobles le resultaba insoportable a Herder, pese a que toda su vida estuvo al servicio de unos poderes que odiaba. Su reacción emocional contra ello se canaliza en una obra donde se ensalza un mundo opuesto precedido por la diversidad y hermandad culturales entre las naciones. Un mundo ajeno a la lógica de poder, sin desigualdad ni opresión, que reposa en las actividades, creencias y prácticas, en la cooperación espontánea, de los hombres comunes. Éstos son los hombres cuyos oficios y circunstancias inspiran el rico caudal popular de las poesías y canciones antiguas, del folklore universal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cada vez estoy más convencido de que las ideologías (todas) son nuevas máscaras para las eternas pulsiones: codicia, deseo de poder, envidia, resentimiento u odio. Nada nuevo: los sofistas que Sócrates combatió.