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24.3.14

En la muerte de un Presidente

Murió Adolfo Suárez. Un hombre al que yo, por tradición familiar, no debía de ser cercano. Pero hacerse mayor es también cuestionar los dogmas de nuestros padres. Un hombre fascinante, cuya vida y trayectoria me derribó hace años Gregorio Morán, como ya conté aquí. Un hombre que parece metafóricamente calcado, en efecto y como quiere Cercas, al General De La Rovere: el hombre que acabó creyéndose su destino.

Y en un día como hoy, le confieso desocupado lector que hace años que vinculo la figura del presidente Suárez, el hombre de la concordia, con aquella deliciosa canción que cantaban Victor Manuel y Ana Belén hace muchos años. Quizá porque en mi imaginario, el presidente Suárez es el hombre que se pasó media vida intentando quitarnos a los españoles "el desasosiego de nuestras entrañas", para hacernos "libres, pero con alas".



Que descanse en paz. Y que la tierra le sea leve. Y desde la gratitud de no haber sido un niño de otra postguerra, le digo con el corazón, gracias Presidente...

26.6.13

Cine y literatura... ¿acaso no es lo mismo?

Una de clásicos. Me puse, al fin, con las sandalias del pescador. La había leído de joven, interno, en Peñafiel. Aquellos años. Aquellos libros que me dejaba el hijo de Contemplación un hombre, ya lo dije, de otra pasta. Una película hermosa, algo ajada ya por el paso del tiempo, pero con la suficiente carga de dignidad como para permitir una nueva visión, tantos años después. Está magnífico Quinn, en el papel del Cardenal Lakota que se come toda la pantalla, como magnífico está Mi general de la rovere. La intriga de la alta política del Vaticano y la descripción de los momentos vinculados a un cónclave. Hermosos años sesenta. Años de libertad, de crecimientos, de espacios abiertos. Años para imaginar, la construcción de nuestra vida en clave cultural procede de la literatura, a Max Costa, caneado, y a Meche Insunza, hermosa en su plenitud, recordar los años en los que, a oscuras, a escondidas, fueron felices. Aquella Italia, aquellos años, los sesenta, donde su hizo realidad aquel deseo de Conrad con el que Pérez Reverte abre el libro, cuando señala que “Y, sin embargo, una mujer como usted y un hombre como yo no coinciden a menudo sobre la tierra”...

Qué cosas...


PS: días decisivos.